"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!»", Jack Kerouac


sábado, 12 de mayo de 2012

La disonancia de la elección y el favor de los sentimientos

Si hay algo que el ser humano jamás va a poder entender es el por qué de la existencia.

Siempre me lo he preguntado, qué se supone que debemos hacer aquí. Esta bien, es correcto pensar que se puede llegar a ser un gran escritor, un rico empresario, un astronauta... y miles de cosas más. Pero debemos darnos cuenta de una cosa, esos objetivos sólo se sostienen desde la propia existencia humana.

Es decir, cuando el ser humano comenzó a poblar el mundo, ninguna de esas aspiraciones existían, y se puede asegurar que eran personas felices (seguramente mucho más felices que nosotros, de media). Podías llegar a ser jefe de tu tribu, o un gran cazador... y poco más.

Siempre mantuve que las limitaciones sobre los objetivos de la vida te hacen poder lograr la felicidad más rápidamente, y así puede leerse en una de las entradas de este blog. Básicamente se explica con el mítico ejemplo de la elección del sabor en la heladería. Si sólo existe el helado de chocolate, vas a estar contento con tu helado de chocolate, pero en cuanto existe el de chocolate y el de vainilla, vas a llegar con dudas, y en cuanto elijas uno de ellos, la disonancia cognitiva te va a hacer dudar sobre si realmente preferías el otro sabor, por tanto, vas a perder utilidad (es decir, felicidad) sólo por el hecho de tener que elegir.

Algo tan simple como eso, ilustra perfectamente la idea que siempre he querido transmitir: la única razón por la cual existen personas que no saben hacia donde van es la enorme cantidad de destinos posibles. O dicho de otra manera, cuando sólo te gusta una cosa, tienes tu vida resuelta de forma muy sencilla.

Mucho me pese (y alegre), a mi me gustan miles y miles de cosas, y me gustaría serlas todas ellas a la vez. Nos pasa a todos, ¿no es cierto? Las aspiraciones en la vida, que no son más que objetivos artificiales que el ser humano se ha puesto, son tantas y tan variadas, que las elecciones las hacemos a veces por descarte. Y, por supuesto, al hacerlo por descarte, no es lo mismo que si lo hiciésemos por vocación, porque realmente queremos hacerlo.

Uno de los principales motivos de que no sepamos qué elegir es que no existe un sentimiento claro que rija ese asunto. Por ejemplo, sobre el helado, el gusto nos dice que ambos sabores nos apetecen, y ya está. No hay forma de descarte por esa vía. Como mucho, deberíamos tirarnos a pensar que el helado de chocolate empalaga más, o que el de vainilla es más fresco. Vamos, asignamos una serie de cualidades que no necesariamente son ciertas al objeto en cuestión, para poder justificar la elección. Alguien puede querer ser escritor por la fama, y al final acabar en una esquina olvidado.

Pero a veces tenemos muy claro lo que queremos. Esto sólo ocurre cuando hay un sentimiento que rige perfectamente lo que queremos hacer. Que lo hacemos porque nos gusta. Porque queremos. El querer es el único motivo emocional que nos lleva a ejecutar acciones sin esperar a veces nada a cambio. Es decir, escribir o pintar por hobby. A veces nadie sabe de esas aficiones, son sólo nuestras, secretas, porque realmente no importa lo que opine el resto de la gente al respecto.

A veces, en las relaciones humanas, sucede que llegamos a querer a las personas. No esperamos nada a cambio, simplemente las queremos por el hecho de quererlas, porque nos hacen sentir bien. Pero, en definitiva, la gracia de querer a ciertas personas es que, sin necesidad de pedir nada a cambio, nos entregan todo. Al fin y al cabo, si esperases algo, el sentimiento se juntaría con cierto oportunismo, porque esperamos que al quererlas nos entreguen cosas.

La gracia de todo esto es el dar por el hecho de dar, el querer por la gracia del querer.






Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis

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