"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!»", Jack Kerouac


martes, 31 de diciembre de 2013

31 de diciembre de 2013

Reclinarse y pensar en los 364 días pasados es, a mi entender, una ardua tarea. Por estas fechas siempre toca despedir el año, o jubilarlo, o enviarlo de vacaciones a Haití, lo que sea. Lo que es cierto, es que no va a volver, 2013 está acabado y agotado. Pero cuando reclinarte y pensar en esos otros 364 días se vuelve difícil, ya sabes de qué tipo ha sido el año que ha cerrado.

Ha sido de esos años que se dejan vivir, o querer. Se dejan, en definitiva. No es que sean facilones, pero pronto, con un poco de colegueo, te llevas bien con él. No mentiré diciendo que son de esos que cuesta despedirlo, pero, al hacerlo, se te queda una sonrisa en los labios, como un recuerdo, ahí plasmada. No ha sido un año fácil, no creo que haya ningún año fácil, pero ha sido un buen año, que dejará una gran cosecha. Lo despides a un paso entre el siembra y recogerás y el no llores porque terminó, sonríe porque sucedió. Incluso quizás con tintes de progreso, de aquellos que dicen que no es posible avanzar si no se mira lejos ni se piensa en grande.

2013 es, de hecho, una mezcla con buen sabor. Cada uno se puede amargar con lo que quiera, porque siempre existen recuerdos para amargarse, por supuesto. Pero es impresionante los buenos recuerdos que ha logrado dejar. Estamos un paso más allá, siempre más allá y más lejos. Siempre más fuertes, y siempre nosotros. Y siempre habiendo aprendido, más sabios quizás, pero seguro que más perspicaces. Estamos preparados para todo, porque años como este nos permiten saber por qué luchar y tener ganas de hacerlo. Son años fuertes, que construyen más que destruyen y que terminan bien, como en los cuentos de hadas, con un beso a la princesa.

Y es que años como este no cuesta nada despedirlos, son geniales. Quedan en el recuerdo. Merecen la pena. De alguna manera el main course de la Universidad ya ha pasado, y solo queda para mí el postre y, como mucho, la sobremesa. Me siento, por ello, fuerte y con ganas. Tengo momentum, o empuje, o llámese como se quiera, porque cuando te apoyas en años como este es muy fácil tenerlo. Sí, no tiene por tanto ningún mérito ser fuerte cuando el año es fuerte, pero sí lo tiene el fortalecerse para el nuevo año. Yo ya miro al 2014, mientras brindo a la salud de este año que ya vence.

A este año le quedan menos de 24 horas, y quizás él no quiera reflexiones, porque está orgulloso de lo que ha logrado. Pero es un año que merece la pena tener ahí presente, comentarlo, señalarlo. Porque gracias a estos años me siento un paso más cerca de mis objetivos, como todos vosotros.

Y no quiero cerrar este año sin despedirme con aquella vieja copla que recitaba de vez en cuando hace ya bastantes años:

Por los que están, estuvieron y nunca estarán.


Feliz 2014


Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis

martes, 10 de diciembre de 2013

Los jóvenes marcamos el ritmo

Hablaba esta tarde con Carli sobre qué hacer o dejar de hacer una vez que nos hayamos graduado (muy mal se nos tiene que dar para que no sea este año), y sobre todo tratábamos de marcar directrices sobre una hoja de ruta inexistente: máster sí/no, idiomas cuándo, trabajo cómo. Y de esa conversación se deriva el pensamiento que traigo, eso de que los jóvenes marcamos el ritmo.

Marcamos, de hecho, muchos ritmos, pero en este caso me refiero al laboral. Voy a recalcar antes de continuar que soy idealista y orgulloso, y que no se nos olvide esto según avanzamos porque es lo principal del razonamiento.

Pues bien, me niego a trabajar por 600€ al mes (brutos) en un trabajo cualquiera. "Ya pero es que", "cómo están las cosas", "ojala pudiera" y toda esa verborrea, nos la guardamos. Yo, caballeros, no valgo 600€ al mes. No me importa alquilarme (aunque prefiero poseerme, por eso lo de montar una empresa), pero quiero una buena retribución. Alguno dirá que voy de sobrado, pero muchas (bueno, algunas) de las personas que conozco tampoco valen 600€ al mes (os sorprendería escuchar que sería como decir que vuestra vida vale unos 120.000€, toda ella, con estimaciones muy rápidas). Lo dicho, me alquilo a un precio de acuerdo a lo que ofrezco. Este verano, durante las prácticas de Liberbank, el Departamento de Publicidad quedó encantado con mi trabajo, propuse bastantes ideas nuevas, les dí cosas para pensar y en general tiré como el mejor, como si me fuese un ascenso en ello, porque así trabajo yo (y no, no exagero porque me lo dijeron en varias ocasiones). Y además, en dinero, no cobre absolutamente nada. ¿Lleva la contraria a mi razonamiento? En absoluto, tengo 12 créditos (el equivalente a 2 asignaturas) con un 10 de nota, además de todo el conocimiento que logré guardar y los nombres de proveedores que recuerdo. Es decir, me cobré a buen precio las prácticas.

Por eso digo, ¿600€ al mes? Solo diré sí si me ofreces un puesto al lado de un asesor de Fusiones y Adquisiciones, un operador bursátil o un analista fundamental, o algo similar, algo de lo que realmente pueda aprender a muerte para superarlos a todos porque adore lo que esté haciendo. Porque cuando trabajas donde realmente quieres te vuelves un ser impresionante, y lo que haces lo haces con satisfacción, y alguien que trabaja con gusto en lo que hace siempre, SIEMPRE, va a superar a alguien que trabaja solo por tener un trabajo y cobrar a fin de mes.

Y por eso digo que los jóvenes marcamos el ritmo. No le digáis todos sí a todo. Algunos de vosotros no valéis eso. Desde un punto de vista de analista fundamental, estáis regalando dinero, y yo al menos detesto perder dinero porque sí. Por eso no le tengo miedo a montar una empresa, y por eso invierto en bolsa. Si he de perder dinero, quiero perderlo por mis propias decisiones, porque soy dueño de mis circunstancias también, no por comisiones e inflación. Por eso nunca compro fondos de inversión hechos por y para inútiles, ni tampoco renta fija que ni cubre la inflación esperada. Porque uno debe ser dueño de sus propias decisiones, de sus ganancias y de sus pérdidas, y de estas últimas será de las que más aprenda.

Porque en definitiva, la mayoría estáis vendiendo vuestra capacidad de saber qué es equivocarse, qué significa acertar, qué se gana y qué se pierde. Simplemente ejecutáis, un día tras otro.

Porque yo soy yo y mis circunstancias, y si no las controlo a ellas, no me controlo a mí.



Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis