"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!»", Jack Kerouac


domingo, 9 de octubre de 2011

Crisis de existencia (o de intelectualismo)

Acabo de entrar en una crisis intelectualista o existencialista (aún no puedo saber de qué tipo es), y no sólo he puesto en duda mis propios conocimientos, sino mis propias decisiones. Es decir, si estoy cuestionando mis conocimientos, ¿puedo inducir que he hecho lo correcto hasta ahora? Supongo que sí, porque estaba eligiendo según mis propios conocimientos, pero desde un punto de vista más global, las decisiones que he estado tomando no son las correctas. Dicho de otra manera, podría estar en un punto de inflexión en mi propio razonamiento de que siempre tomo la mejor decisión, porque es la que he tomado y la que he creído conveniente. Si asumo que lo que sé no es suficiente, no he estado tomando mis decisiones de acuerdo con las mejores (esto no quiere decir necesariamente que no he hecho lo correcto, sino que, de haberlo hecho, podría haber sido un hecho totalmente afortunado). Porque me planteo lo siguiente, ¿el pensamiento evoluciona o cambia? Si tomo como cierto lo primero, que evoluciona, debo asumir que todo lo anterior era una forma de conocimiento inferior a la actual, y por tanto mis decisiones han sido "menos correctas" de las que podría tomar ahora. Si tomo como cierto que cambia, no tendría el problema de dudar sobre mi propia capacidad de decisión, pero sí lo haría sobre mi futuro, porque tal cambio podría ser para peor (en verdad sería una involución, un tercer término, pero lo agrupo aquí porque me parece más conveniente).

Claro que podría defenderme desde el punto de vista de que, para estar hoy aquí, diciendo esto, he tenido que pasar por todas las decisiones que he tomado, y por tanto tan malas no han sido... o sí. No es que esté en un mal lugar, pero desde luego he tenido mejores sendas (aparentemente) que recorrer. No puedo afirmar con un punto de vista largoplacista que no esté actuando óptimamente, pero cortoplacistamente no estoy donde mejor podría estar. Aunque si ha esto le aplico la premisa de que lo bueno a corto no lo es a largo y viceversa, no estaría tan mal. Pero negar el propio término no afirma el contrario. Es decir, que no esté tan mal no quiere decir que esté bien. Me estoy perdiendo tantas cosas por jugar a maximizar mi felicidad de forma más cortoplacista que me da la impresión de estar sacrificando mi propio intelectualismo de mañana. Supongo que ese es el miedo que tengo, pensar que mañana no voy a ser nada porque no estudio a los grandes. Aunque mis conocimientos sean parte de Sun Tzu, Lao Tse y Ortega y Gasset, ordenados cronológicamente, hasta el momento. La siguiente etapa me pregunto de quién será, se la quiero atribuir a Confucio, porque con ello lograré la moderación que necesito, pero aún sabiendo que eso es lo que debo hacer (moderarme), si no lo hago, ¿no me convierte eso en una persona más estúpida, por saber qué hacer y no hacerlo? ¿No es esa la historia de mi vida? ¿Estoy, no obstante, sufriendo un cambio más profundo que la simple necesidad intelectual, y podría ver en el horizonte un cambio hasta el alma y el corazón, y cambiar mis expectativas de vida y mi forma de alcanzarlos? ¿Y cómo sé que lo estoy logrando? Bueno, supongo que eso se sabe con el tiempo. Qué inteligente me sentía ayer, y que imbécil me siento hoy. Y que ironía que precisamente sea más correcto lo inverso, ser imbécil ayer por creerme inteligente, y ser inteligente hoy por saber que soy imbécil.

lunes, 2 de mayo de 2011

El por qué de la inexistencia del presente

Había estado conversando por internet con unos colegas, cuando la conversación se tornó totalmente filosófica y apareció un tema curioso: el presente. Si nos preguntan qué es el presente, podremos responder que bueno, es el ahora, en contraposición con el antes y el después. Pero verdaderamente sostengo que el presente no existe realmente, que es una nada, un simple convenio tomado por los humanos para entendernos de lo que estamos hablando. Me explico. Entendamos qué es el futuro. Pensamiento arriba o abajo, el futuro es lo que está por venir, y es más o menos incierto. Es decir, el futuro son una serie de posibilidades cuasi infinitas que se nos plantean en un momento dado. Creo que estamos todos de acuerdo en eso. Por otra parte, el pasado es lo que hemos dejado atrás, lo que hemos caminado, nuestra historia, o por analogía con el futuro, el pasado es la serie de decisiones que hemos tomado para llegar hasta donde estamos, eso que queremos entender como presente. Esta claro que la vida, pues, se basa en decidir una vez tras otra, como todos teníamos claro, en un arco de posibilidades cuasi infinito. Pero a lo que vamos, visto lo visto, ¿qué es el presente? Ni más ni menos, y como yo mismo enuncio bajo la frase que he tomado como propia: "El presente es una decisión tomada en el pasado sobre una posibilidad futura." El presente, de ser algo, es una cosa pasada, dado que es una decisión tomada en el pasado, y que, aunque resulte paradójico, pertenece al futuro en cuanto a que en el instante de tomar la decisión, ese elenco de posibilidades es futura. Es decir, cuando he decidido ponerme a escribir, lo he decidido en el pasado de tener algo que querer contar, y ante las posibilidades futuras de escribirlo en el blog y por ejemplo no escribirlo, he decidido escribirlo. Las decisiones que tomo ahora son parte del pasado, y se hacen efectivas en el futuro. Tan sólo las decisiones de nacer y de morir (sin tomar ninguna religión en cuenta) son decisiones totalmente ajenas a nosotros: nacer se hace sin ningún pasado y morir sin ningún futuro (esto tomado desde óptica personal, dado que el nacimiento de un niño o la muerte de un anciano sí son decisiones que tienen pasado o futuro, pero más familiar o social que otra cosa). Aunque bien mirado en este preciso instante, nacer y morir son actos de la naturaleza ajenos al hombre, por lo que en realidad queda un tanto lejos de lo tratado en este compendio. Lo importante, que destaco, es que el presente es tan ínfimo, tan inexistente, que hablar de él es hablar del pasado, y hablar del pasado es, en cuanto a decisiones, referirse al futuro.

miércoles, 27 de abril de 2011

Frases y comentarios: Primer Capítulo

Hoy estreno una sección que me gustaría mantener. Se trata de coger frases, extractos de los libros que estoy leyendo, y analizarlos desde mi punto de vista con cierta profundidad. Bueno, aviso que la interpretación es de mi punto de vista y puede diferir de la del resto, pero allá va.



Del amor y el matrimonio”, David Hume

Página 42, último párrafo, haciendo referencia
al esfuerzo para conseguir un objetivo.

“Este trabajo es en sí mismo el ingrediente principal de la felicidad a la que aspiras, y que cada gozo pronto se hace insípido y desagradable cuando no se alcanza mediante el esfuerzo y la laboriosidad.”


Es decir, el camino, y no el fin, nos reporta la felicidad. Estaría totalmente de acuerdo si asumiese pues que la felicidad no es el objetivo, al menos no el único, de vivir. Aunque se crearía un problema serio, si yo asumo que la felicidad no es fin último, sino una cierta externalidad positiva del esfuerzo derivado del trabajo duro, y como la vida es camino, no fin, tendría que asumir al menos que la felicidad está presente en nuestras vidas queramos o no, y cualquiera pues podría plantearme lo siguiente: si está tan presente en nuestra vida, entonces es que el ser humano vive para ser feliz. Yo no llegaría a tanto. Hume dice que se llega a través del esfuerzo en realizar cierta tarea, y pone tras esas líneas el ejemplo de unos cazadores que se levantan al alba y arriesgan sus vidas para, al cazar la ansiada pieza, descansar alrededor de la hoguera y comparar ese descanso con el esfuerzo. La primera premisa que deberías aceptar es que a la gente le gusta poner su vida en peligro, sentir la muerte cerca le da vida, cosa que no es tan raro debido a que la muerte es vida, sólo la vida es vida gracias a que existe la muerte, no nos reducimos a mera existencia [Ortega y Gasset]. Pero es que al decir ese ejemplo Hume está demostrando que es el descanso, la omisión de trabajo forzoso, la que nos hace felices, no ese trabajo por sí mismo. Es como asumir que, un preso tras estar en la cárcel veinte años y salir a la calle y sentirse feliz, es feliz porque ha estado en la cárcel. Cierto es que se puede aceptar que el preso, privado de sus libertades y al recuperarlas ahora, se siente felizmente extasiado, pero entonces debería aceptar que los cazadores en verdad lo que disfrutan es el descanso, y no el trabajo duro como afirma en su frase Hume. Lo que ocurre es que, al haber sido expuestos al peligro y al trabajo duro, privado de sus libertades, después la gracia del descanso les parece más gracia por un 'efecto salto', es decir, dar un brinco desde una situación muy desagradable a una situación mucho más cómoda. Entonces lo que asume Hume es que debemos sufrir siempre, porque son los saltos hacia las posiciones 'de reposo' los que nos hacen felices.
De esa frase que mantiene dice derivarse la felicidad: la felicidad se goza cuando es traída por el trabajo duro. Yo diría que de ella se deriva el dolor. No, dolor no, la pesadumbre, el cansancio. Hume plantea en sus palabras no que debemos evolucionar en nuestra felicidad, sino que debemos hundirla de vez en cuando para sentir lo que tenemos, para valorarlo. En verdad, ahora argumentado, es un punto de vista interesante, aunque contrario a la naturaleza social y humana. El placer en la sociedad funciona de la siguiente forma: si tengo un coche siempre querré otro mejor, y debo trabajar para conseguirlo. Hume plantea que debemos destrozarle el coche delante de sus narices, y después devolvérselo arreglado para que entienda lo importante que es su coche. Es decir, provoca cortes en el crecimiento de las necesidades humanas, que van hacia el infinito. Es una práctica muy prudente por ese avance hacia el infinito que trata de evitar y hacer que nos conformemos, pero es totalmente imposible llevarlo a la práctica. El ser humano devora bienes, compra, y después compra otro mejor, porque piensa que mejora su felicidad. Intenta maximizar su felicidad a base de entrar en una espiral sin final. Hume invita a cortar el flujo de bienes y provocar moderaciones forzosas que nos hagan valorar lo que tenemos. Nunca se equivocará la frase “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”.

jueves, 7 de abril de 2011

La Felicidad: de fin último a destino inalcanzable.

Acabo de llegar a una conclusión bastante curiosa con respecto a una de las creencias más extendidas entre las personas: el hombre vive para ser feliz. Bueno, no es que niegue tal afirmación, pero si debería matizarse, y entenderse lo que se está aceptando con tal premisa. Los que afirman categóricamente que el fin último del hombre es su felicidad suelen aceptar el siguiente hecho: el ser toma las decisiones en su vida buscando esa felicidad. Esto ya no lo puedo admitir de tal manera. Me explico. En primer lugar, que yo beba agua, no salte desde un séptimo y me mantenga alejado de los cables de alta tensión no son decisiones que busquen mi felicidad, son decisiones que me mantienen con vida, esto es, decisiones de tipo animal (he elegido ese nombre porque son de instinto, son primarias, de nuestro cerebro más instintivo). Por lo tanto, podríamos admitir que el hombre decide en cuanto a sus decisiones de tipo animal (que podría alegarse que en realidad está determinado a elegirlas o morir, con lo cual sí tienen fin último la felicidad; no es una mala refutación, pero no me puedo parar a tratarla ahora), y sus decisiones de tipo emocional (la felicidad). Pero en realidad nos puede otra parte del cerebro, la lógica, que no siempre se comporta como su nombre indica y verán por qué. Una decisión de tipo lógica, sería decir: "cobro más, así pues tenderé a ser más feliz". Esto no es cierto en todos los casos, el dinero sí asegura un bienestar necesario para alcanzar la felicidad (te permite alimentarte, te permite una vivienda, te permite una estabilidad con tu pareja, te permite tener una familia... [no sirven refutaciones en cuanto a tribus y culturas que no usaban el dinero: en cuanto vives en una sociedad con dinero estás determinado a tener que ganarlo, gastarlo y acumularlo en mayor o menor medida]), pero un aumento de sueldo puede acarrear, por ejemplo, un aumento en el tiempo de viaje a nuestro puesto de trabajo (si cambiamos de empleo), y está demostrado que tener un tiempo de viaje al puesto de trabajo alto estresa y para nada ayuda a ser feliz). Una decisión de tipo lógica puede ser: "en realidad, tal persona es una vaga, y/o pasa de todo lo que le diga, y/o solo sabe salir de fiesta, con lo cual no me conviene para nada". Pero la tercera parte del cerebro te responderá: "es que en realidad ya te has enamorado". Las decisiones de tipo emocional, las que se hacen con el corazón, son mucho más numerosas que los dos anteriores grupos, es en lo que basamos nuestra vida, y es lo que a mi me gusta llamar impulso. Un impulso es aquello que hacemos independientemente de lo que nos diga nuestra raíz lógica. Si nuestra lógica nos dice que practicar el salto con paracaídas es peligroso, a nuestro corazón le da igual, porque aplica un impulso, y lo terminaremos haciendo. Y después de hacerlo decimos que somos más felices por haberlo hecho, cuando en realidad hemos llevado a cabo un impulso  que era necesario para nosotros. Es como comprarnos todas las cosas que deseemos, seremos caprichosos y siempre desearemos cosas, cada vez más extravagantes. Lo mismo pasaría con los impulsos, si los voy cumpliendo todos sin aplicar de vez en cuando la lógica, acabaré teniendo impulsos de extraña índole.

Lo que afirmo con todo esto es lo siguiente: si tomamos como premisa que el fin último es la felicidad, y aplicamos lo hasta ahora dicho, me atrevo a decir que tanto da nuestro fin, porque no tenemos medios para asegurar nuestra felicidad. No podemos afirmar que comprar un coche nuevo, saltar en paracaídas o lo que sea nos hará más felices (en especial después de que haya pasado un tiempo después de hacerlo, que ya no nos hará para nada felices posiblemente), simplemente hacemos lo que nuestros impulsos dicen, y a veces le aplicamos lógica y/o raíz animal para asegurarnos nuestra integridad física o personal. Por lo tanto, el ser humano es de naturaleza impulsiva, tiene impulsos a largo plazo que llamamos "sueños" (quiero ser cantante famoso, escritor, dirigir mi propia empresa...) pero no tienen que necesariamente hacernos felices. Y aquí es donde llega la conclusión por la cual comencé este ensayo: en realidad, hemos perdido felicidad total. Y me explico. Imagine un hombre del año 500.000 antes de Cristo, por ejemplo. ¿Qué puedes hacer? Si quieres comer, puedes comer carne, pescado o bayas. Si quieres trabajar, hacer hachas, cazar o pescar. También puedes pintar, tendrás hijos, etc. Ahora sé tú mismo. Si quieres comer, puedes ir de restaurante, al supermercado... y elegir entre miles de productos. Si quieres trabajar, puedes hacerlo en lo que imagines. Si quieres hacer algo en tus horas de ocio, las posibilidades son infinitas. Por lo tanto, esa enorme amplitud de posibilidades ha hecho que perdamos de vista las que realmente llevan a ser felices. Antes era mucho más fácil ser feliz (felicidad relativa al hombre del año 500.000 antes de Cristo) que ahora. Y la felicidad última es siempre la misma, no puedes ser más feliz ahora, simplemente tienes más opciones para serlo, pero los caminos no aseguran un destino mejor. Si quieres ir de aquí a China puedes ir de mil maneras y por mil sitios, pero China será la misma. Y es más, muchos caminos y destinos que tomes pueden significar tu final del camino, con lo que habrás viajado hacia China sin haber llegado jamás. Se entienda: habrás ido hacia la felicidad, pero esa enormidad de camino ha hecho que jamás la alcances.

sábado, 2 de abril de 2011

Oriente y Occidente: la diferencia histórico-cultural

"Quiero hacer un breve anuncio aquí, está quemando un pequeño monte frente a mi piso, un monte lleno de casas, y es un incendio bastante grande que, además, está girando hacia la zona urbanizada. Me siento bastante mal, impotente, mirando desde aquí cómo el monte deja paso a la tierra quemada sin poder hacer nada más que esperar a que los bomberos hagan bien su trabajo, sin que nadie lamente ningún tipo de pérdida. Prosigo con lo que iba a poner:"

Este es un breve compendio, muy rápidamente creado, sobre la marcha, no revisado y que se deja mucho en el tintero para evitar que sea demasiado extenso.Voy a poner una comparativa que es totalmente desalentadora:

China, año 1026 D.C.: un artilugio llamado “hombre de latón” fue construido. Se trataba de un instrumento para explicar la acupuntura. Junto a este hombrecillo, el doctor Wang escribió “Ilustración de la acupuntura y moxibustión del Hombre de latón” [En chino: “Torng Ren Yu Shiuh Jen Jeou Twu”], donde explicaba la relación de los 12 órganos y los 12 canales Chi. Era una obra de unificación de la teoría de la acupuntura.

España, año 1099 D.C.: moría Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, en una España inmersa en la Reconquista. No se conocía nada parecido a la medicina (la más avanzada de nuestro mundo era la musulmana, pero no era permitida entre cristianos), y de hecho será perseguido durante siglos todo aquel que emplease remedios de hierbas u otros métodos para la curación, tachados estos de herejes.


Mientras China vivía prósperamente, con una ciencia y medicina avanzada, España no era ni España, y sólo sabía luchar. No existía ni la ciencia, ni ningún tipo de tecnología, ni administraciones eficientes, ni nada de nada. Y lo que es más importante, China conocía algo que Occidente jamás pudo ver: el Chi. El Chi viene a ser como una energía (estudios recientes tratan de demostrar que se basa de energía eléctrica) que circularía por una serie de canales, lo que se sumaría a las venas, arterias y conductos linfáticos. Estos canales no son físicos, pues hubiera sido fácilmente demostrable para la medicina la existencia del Chi, pero parece totalmente necesario tomar su existencia como cierta cuando no sólo China ha curado a millones de personas usando ese conocimiento, sino que además esta región ha desarrollado filosofías de vida (eficaces) a raíz de esta.
Pero no quería yo entrar a discutir la existencia del Chi o todo lo perteneciente a la práctica del mismo (Chi Kung), lo cual, dicho sea de paso, me parece totalmente cierto, real y necesario para poder explicar todo lo que ocurre a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. Lo que quería yo decir aquí era el enorme avance intelectual sobre nosotros. Fíjense, no recuerdo bien el año, pero antes de que España quedara unida, en China ya se diseccionaban cadáveres para hacer avanzar la medicina. ¡Diseccionar cadáveres! Era una práctica totalmente prohibida en el mundo cristiano. Y ahí está, de nuevo, nuestra piedra, nuestro lastre: el cristianismo. Antes que nada, quiero decir que el cristianismo para la península ibérica fue una bendición al principio, bendición que acabamos pagando muy caro. Fue gracias al cristianismo por lo cual los reinos no musulmanes del norte de la península se unieron (y pasaron a denominarse los reinos cristianos) y comenzaron la Reconquista (una cruzada, al fin y al cabo) para recuperar los territorios históricamente nuestros. Pero tan cómodamente se instaló el cristianismo, y de una forma tan macabra, que no fue hasta la invasión de Napoleón que nos deshicimos de la Santa Inquisición. Todo el mundo conocerá a la Santa Inquisición Española (llamada también Santo Oficio) como una institución encargada de mantener el cristianismo a toda costa, y que acusó de herejes y torturó hasta la muerte a cientos de personas. Pero la parte culturalmente más importante fue la enorme censura que mantenía sobre cualquier obra de contenido “hereje”, es decir, todo pensamiento liberal, moderno, científico o que, resumiendo, se opusiese a los intereses de la Curia Romana. Esto supuso la muerte intelectual de España hasta el siglo XIX, que comenzó a abrirse a nuevas ideas poco a poco. Pasa lo contrario con China, que a partir del siglo XIX es cuando pierde todo el poder y prestigio. Era durante la dinastía Qing, que sufrió, por cierto, una serie de rebeliones, la más conocida fue la “Rebelión de Taiping”, en la cual llegaron a luchar por el bando rebelde cerda de 2-3 millones de hombres en el año 1860. Es curioso saber que el ejército rebelde, que se llamaba a sí mismo “Reino Celestial de la Gran Paz”, tenía tendencia cristiana, aunque en realidad esta era una reinterpretación de la Biblia, añadiendo algunos cambios a su antojo. Debo decir que no conocía de esta rebelión, y que me estoy sorprendiendo por lo que estoy mirando por encima (en Wikipedia, cómo no). Les pongo las normas establecidas en las provincias controladas bajo el poder del “Reino Celestial de la Gran Paz”:

  1. La base de estudio para las examinaciones imperiales para los oficiales cambiaría de los preceptos confucionistas a los cristianos.
  2. La propiedad privada sería abolida y todo terreno era propiedad y distribuido por el reino.
  3. Se estableció un calendario solar que reemplazó al calendario lunar clásico.
  4. No existiría una sociedad por clases y los sexos fueron declarados iguales. Fue el primer régimen chino en admitir a las mujeres para la examinación imperial.
  5. Se promovió la monogamia y se prohibió la poligamia y el concubinato.
  6. Se prohibió el atrofiamiento de pies , que era una costumbre muy difundida en China.
  7. Se prohibió además el consumo de opio, los juegos de azar, el tabaco, el alcohol, la esclavitud y la prostitución.

Sorprendente, era un territorio, idealmente, cristiano-comunista (comunero, mejor dicho)-progresista. En la práctica no se aplicaba nada de esto, o se hacía mal, y era tan militarista que no funcionaba más que el ejército (por otra parte, para mantener al ejército antes dicho, es normal que necesitasen de todos los medios disponibles).

Como iba diciendo después de este breve paréntesis sorprendente (al menos para mí), comentaba que China tuvo grandes pérdidas en el siglo XIX, después de esas rebeliones, sufrió dos guerras contra Reino Unido, las conocidas como “Guerras del Opio”, que definitivamente pierden, teniendo que ceder Hong Kong, y dando derechos comerciales y de paso a las potencias occidentales. Además, antes de que termine el siglo, china pierde la guerra contra Japón, por la cual tiene que ceder Corea. China se pasó sin pena ni gloria, entre grandes revoluciones (una de ellas, la de Mao Zedong, vencería y proclamaría la actual República Popular China) y guerras contra Japón, la primera mitad del siglo XX, pero poco a poco Occidente y Oriente se fueron acercando hasta nuestros días, que somos (en especial España) aliados cercanos, casi amigos. Y de China no sólo vienen oportunidades para nuestras empresas y productos baratos de baja calidad, sino que también llega todo su pensamiento, exótico para nosotros, y quizá por ello muy atractivo, al menos a mis ojos. Cuando tuve en mis manos el “I Ching” [“El libro de las mutaciones”] sobre adivinación quede encantado, no digamos ya cuando leí el “Tao Te Ching” [“El libro del Camino”] de Lao Tse. A mi propia forma de pensar le añadí totalmente lo que me había transmitido ese libro, ese taoísmo, y desde luego quedé muy influenciado por ello. A veces me gustaría decir que mi “religión” (entiéndase filosofía, que es más correcto para referirse a ello) es el taoísmo, pero lo cierto es que es más una reinterpretación personal, es lo que pensé después de leerlo. De todas formas, es un libro bello, donde se aprende mucho. Actualmente he decidido lo que ya llevaba mucho tiempo planeando, meterme de lleno en el estudio del Chi, la acupuntura y el masaje Qigong, todos métodos de medicina que, aunque aquí consideremos tradicionales (e incluso falsos), en realidad se usan a diario allí, con unos resultados totalmente exitosos. Esa es la gran diferencia entre Oriente y Occidente, una diferencia histórica, marcada por la religión y la imposibilidad de un pensamiento progresista durante muchos siglos. Una diferencia que sigue vigente, y que, así lo creo, esta llamada a gobernar el mundo durante los años venideros: sólo aquel que históricamente ha sido intelectualmente superior podrá situarse por encima intelectualmente de los demás.

domingo, 13 de marzo de 2011

Comentarios variados


Meditaciones y prolegómenos

Hoy en día, cuando la sociedad mundial se embarca en su proceso de disgregación racial creo que es obligación humana que cualquier persona que sienta indignación respecto al tema eleve su voz por encima del griterío de la muchedumbre. Bien, yo soy uno de esos que quieren elevar su voz y decir basta, y decirle no a la tendencia xenófoba e intransigente que reina cada día más en Europa. No pretendo hacer de este un ensayo sobre el cual sentar alguna corriente filosófica o moral, bien lejos estoy yo de poder hacer eso, de poder exponer tan ordenadamente mis pensamientos como Hume, Schopenhauer, Sartre o el gran Ortega y Gasset. Tampoco pretendo, al nombrarlos, igualarme con ellos, eso jamás, pero veo importante, quizás no para ustedes pero sí para mí, tenerlos ahí, presentes, para no olvidarme mi cometido: hablar como ser humano sobre los problemas que aquejan a la sociedad.

¿Con qué derecho? Es una pregunta que podrían plantearse, pero que no tiene compleja solución: el derecho humano. Si bien es cierto que en cuestiones éticas, morales y culturales no existe una regla prefijada como válida y correcta, pero creo que existen una cantidad de buenas directrices sobre las que fijarse a la hora de pretender hacer lo que me dispongo a hacer. Las directrices no son otras que las marcadas por el sentido común, que a menudo es desoído, no porque le falte razón (nunca podrá faltarle razón al sentido común), sino porque algo grita por encima de la voz calmada y suave de este sentido. Les diré lo que grita por encima de esto: el odio, el desprecio, la arrogancia, la xenofobia y en general todo lo que hace al ser humano perder lo más humano de sí mismo.

No soy adalid de ideas nuevas y revolucionarias, tan sólo tengo de mi parte las más viejas formas de entender al ser humano, ideas de progreso, de unión, y sobre todo de entendimiento mutuo, más allá de toda sociedad, cultura o religión. Ideas antiguas que han de ser hoy aplicadas a nuestro mundo, cada vez más pequeño, ahora que cada vez todos estamos más cercanos.


¿Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?

La gran duda humana. Empezaré por el medio: ¿de dónde venimos? A esto lo llamo Historia, y en ella está la respuesta. Cada uno de nosotros venimos de un pueblo, cultura o sociedad, que poco a poco ha evolucionado hacia lo que hoy somos. Y esto es un factor dado, y nada más. Discutir sobre esto es algo fuera de lugar, banal totalmente. Es curioso como algunos compañeros sudamericanos nos acusan a los españoles de haber masacrado a los pueblos que allí habitaban y de los que se consideran sus descendientes, cuando la mayoría de ellos son, precisamente, descendientes de españoles que masacraron a esos pueblos. Todos deberíamos asumir nuestra parte en la Historia sin remordimiento. Sí, es cierto que algunos pueblos hicieron cosas en el pasado deplorables, pero son nuestros antepasados los que lo han hecho, no nosotros, sintámonos orgullosos de lo que somos, de lo que estamos siendo, y sólo si odias lo que eres, sólo si te odias a ti mismo, podrás culpar a la historia de tus antepasados.

Entonces, ¿quiénes somos? Nosotros somos nosotros, y nada más. No somos los aztecas que hacían sacrificios humanos, ni los españoles que mataron aztecas. Tampoco somos culpables de vencer en Pavía ni perder en Trafalgar. Ni somos franceses esclavizando África, ni ingleses subyugando Asia. Hay que asumir la historia, no sentirse culpable de ella. Entonces, podríamos pensar, ¿estoy sugiriendo que actuamos debidamente en todas esas cuestiones? No, nunca he dicho eso, pero lanzo una pregunta a la pregunta, ¿podemos cambiar la historia? Me temo que no. Además, como bien se sabe, el primer paso para solucionar un problema es admitirlo. Admitamos nuestra historia, asumámosla, abracémosla, pero tengámosla siempre presente para no repetirla en el futuro, pues para eso existe la historia, para advertirnos de los problemas y evitar que vuelvan a ocurrir. Sí, nosotros los españoles conquistamos a las tribus americanas, pero nunca volveremos a permitir que un pueblo sea subyugado bajo el poder de otro que se considera superior.

Entonces, ¿a dónde vamos? Nosotros decidimos esto. De dónde venimos es una cuestión histórica, ya dada. Quiénes somos es una cuestión humana, un tanto influenciada por la Historia, pero mucho más influenciada por nuestro propio pensamiento sobre todos los pueblos de la Tierra. Pero a dónde estamos yendo es sólo decisión nuestra. Cada uno de nuestras decisiones están haciendo historia, están escribiendo el “de dónde venimos” con el que tendrán que lidiar nuestros predecesores. ¿A dónde vamos? ¿Nos daremos la espalda e iremos cada uno por nuestro lado? ¿Nos tiraremos por el abismo del odio, donde nos espera la muerte segura? ¿Nos abandonaremos, después de todo lo que nos debemos unos a otros? Nosotros elegimos la respuesta, nosotros elegimos el camino. Tenemos el timón, el viento siempre sopla, ¿lograremos cruzar juntos el cabo Buena Esperanza, o perderemos la vida cada uno por su lado, como tantos otros antes?


Los pueblos occidentales: Europa y la Esfera mediterránea

La actualidad está repleta, desde hace unos meses, por revueltas en el mundo árabe. Los ciudadanos de Túnez, en un grito contra el mandatario de su país, han salido a la calle y ha logrado expulsarlo. Al ver esto, numerosos ciudadanos de otros países han seguido su ritmo: en Egipto han triunfado; en Libia están en plena guerra civil. Ha habido algún intento en otros países del golfo Pérsico, pero no parece que vayan a tener demasiada suerte.

En cualquier caso, me sorprendió muchísimo ver a los tunecinos y egipcios en la calle, organizándose, clamando por sus derechos, montando hospitales improvisados para los heridos... Cuando los he visto, he pensado, “¿qué hacemos con Europa? Nosotros somos como ellos”. Claro que la Unión Europea es una unión monetaria y económica, y paremos de contar, porque en lo que se refiere a pueblos, españoles, franceses, ingleses y alemanes nos parecemos tanto como una piña de un plátano: en que son frutas. Sí, estamos en Europa todos, pero ingleses, franceses y españoles nos hemos hecho la guerra durante siglos y siglos, y no nos engañemos, algo de eso siempre queda. Si no fuera así, yo me llevaría estupendamente con los ingleses, cosa harto imposible. Quizás españoles y franceses tengamos algún punto en común, pero nada relevante, serían más por casualidad que por otra cosa. Y fíjense que no meto a los alemanes en el asunto, porque además de ser una nación joven, son unas personas frías, distantes y poco amigables con los extranjeros. Van en sentido contrario que españoles y franceses (y apostaría que ingleses también). Con lo cual, la idea de Europa como nación es una idea bella, útil, muy pragmática y necesaria para progresar, pero en cuanto a pueblos, es imposible.

Debo añadir, de todas formas, que yo soy una persona partidaria de tal unión, pero precisamente el querer tal unión me ha llevado a plantearme esa duda, la duda de si la unión de pueblos era posible. Imagínense decir que los españoles somos iguales en costumbres y manías que los polacos, los ingleses que los serbios o los franceses que los eslovacos. Me parece una idea, digámoslo todo, absurda. Y eso me ha planteado lo que sigue: entonces, ¿en que “tipo” de pueblos encaja España? Aquí es donde cobra sentido lo dicho en el primer párrafo, y el término Esfera mediterránea.

España desde siempre ha sido una nación donde ir a tomar algo al bar con nuestros amigos y conocidos es cosa común. Hasta ahí, muchas naciones lo tienen en común. Pero en verdad en España no es (o era, los tiempos cambian) extraño que terminases hablando con una persona totalmente desconocida, y al final de la jornada te despidieses con unas palmaditas informales en el hombro. Intenten ir a un país de centroeuropa, llegar a alguna cervecería y hablar con algún desconocido. No sólo te miraran raro (cosa obvia en un principio), sino que en realidad te despreciarán. No existe ninguna posibilidad de que tengas una amistad de forma informal con alguien que acabas de conocer. No está bien visto que se hable sobre política u otros asuntos en lugares públicos. Y siempre que digo esto, recuerdo a los griegos, reuniéndose para hablar de todo sin ningún problema. Es aquí cuando digo, ¿tendremos algo en común con los griegos? Porque bien es sabido lo que nos gusta a los españoles hablar de todos los temas. Bien sabido es que un español habla siempre de cualquier tema, especialmente si no sabe absolutamente nada sobre el mismo.

Entonces, digamos que hay un algo, un germen de personas abiertas a hablar de todo, a enseñar nuestros sentimientos en público, a trabar amistad, a ser informales. Y ese germen, como acabo de decir, está en el pueblo griego, así como en el español. Pero, ¿solamente en esos dos pueblos se puede encontrar? Por lo que sé, no. Al menos otra nación tiene ese germen: Italia. Según creo no somos tan diferentes españoles de italianos, quizás no tan diferentes como con los griegos que, me perdonen por lo que voy a decir, tienen rasgos más de Oriente, más de Turquía. Pero en cualquier caso, si continuamos uniendo anécdotas de aquí y de allá, se saca también la conclusión de que los pueblos del norte de África son también portadores de ese germen de sociabilidad. Al fin y al cabo, esos pueblos son pueblos acostumbrados al regateo y mercadeo con gentes de otras culturas que hablan distinta lengua, y nunca han tenido problema para entenderse, porque para entenderse con personas del mundo no es necesario hablar inglés, simplemente se necesita una sonrisa y predisposición. Y no sentirse superior a los demás, debo añadir.

Pero recientemente he tenido noticias de que esto llega más allá, y las gentes de la antigua Yugoslavia, en la zona del Adriático, son personas también muy abiertas, al menos las situadas en la costa (las provincias de la República de Venecia en su momento). Toda esta amalgama de pueblos tienen una base en común, una vieja base histórica, que no es otra que la del antiguo Imperio Romano.


Esa fue la gran extensión del Imperio Romano. Muchos más territorios de los que yo he nombrado aquí. Y podría ser cierto que fuesen tan grandes, que Francia, el sur de centroeuropa, Inglaterra e incluso el Caúcaso tuviese algo en común con nosotros. Pero quizás el mapa que me es más relevante, más cercano y más exacto es el siguiente, posterior en fecha al anterior:



En cualquier caso, es más correcto referirse al Imperio Romano en general para decir que fue el que implantó ese germen en las sociedades, aunque el mapa del Imperio Romano de Oriente sea más “correcto” geográficamente hablando.

Todo esto que he expuesto nos lleva a pensar en la Esfera mediterránea, que no es otra cosa que esos pueblos que, sin tener nada en común aparentemente, tienen una base importante.

Es cierto que he estado manteniendo que esto es debido a la conquista del Imperio Romano, pero también puede ser debido al clima mediterráneo, que no deja de ser común para todos esos pueblos. Sí, es cierto que es un elemento en común, pero no funciona en solitario, como no lo hace el germen, la semilla, dejada por los romanos. Los romanos tiraron esa semilla en diversas tierras, pero tan sólo las de clima mediterráneo florecieron: esa es una forma de explicarlo más correcta; así es como se podría explicar que en pueblos como ingleses o franceses no se haya desarrollado (no plenamente al menos) esa semilla.


La solidaridad: concepto y desengaño

Hace algún tiempo había hecho toda una especie de teoría, y ahora me dispongo a intentar plasmarla en estas líneas. El título, concepto y desengaño, trata ya de introducirnos al asunto: yo planteo la solidaridad como defecto, y no como exceso. Me explico. El concepto solidaridad está entre nosotros como una virtud, como un, digamos impulso, humano, que nos lleva a ayudar desinteresadamente a otros seres humanos. Concuerdo en que, efectivamente, la solidaridad nos lleva a ayudar a otros seres humanos (y por lo tanto, no nos engañemos, es muy positiva). Pero, ¿lo hacemos desinteresadamente?

Alto ahí. No comiencen a resoplar, a farfullar y a increpar tan a la ligera. Como he dicho, la solidaridad es positiva, mueve mundos, salva vidas. Pero, estarán de acuerdo conmigo que, cuando a una persona le da la “vena” solidaria, es común que diga: “no aguanto más ver a esos niños muriéndose de hambre”. Acto seguido se asocia a la Cruz Roja o a la ONG de turno. Curiosa frase, ¿verdad? Seamos algo pícaros y trastoquémosla, ¿no suena extrañamente parecida a “me están arruinando la comida con esas imágenes”? Cierto es que quizás se haya exagerado un poco, pero bien podría concluir cualquier persona que se ayuda sólo cuando vemos el mal, cuando el mal entra por nuestros ojos, nos arruina el día y pensamos en lo desastroso que es el mundo. En líneas del pensamiento de Pérez-Reverte, que, por cierto, me cautivó la primera vez que leí sobre esa “filosofía”, alguien debería informar a esa gente de que eso es lo normal, que eso está a la orden del día en decenas de países, que lo raro es lo nuestro, que vivimos en un analgésico, como drogados, y sólo cuando algo anómalo entra en nuestra vida (esas imágenes de muerte y hambre) nos despertamos. Ese despertar dura más o menos, a algunos se les pasa, como quien se cura de una gripe, y sigue con su vida. Otros, sin embargo, comienzan a pensar sobre ello, y deciden que tienen que hacer algo para solucionarlo. Pero en verdad, ¿cuánto es buena fe, y cuánto es necesidad personal? En verdad no intervienen (no todos, al menos) por salvar al niño, sino porque detestan ver el mundo como es, y quieren ver un mundo más bello. Lo quieren para ellos (y para sus hijos, como suelen decir). Y cada cierto tiempo tienen que volver a su sociedad, a meterse un chute de sociedad occidental. Lo que ocurre a veces es que algunos ya no son los mismos, y comienzan a sentirse muertos en la sociedad occidental. El analgésico les sabe a veneno, y desean volver a la muerte y la hambruna, donde poder estar ocupados. Se vuelve su medio natural. Solo esas personas son realmente desinteresadas, el resto ayudan bien por la foto (entiéndase, por hablar en la sobremesa lo mucho que ha ayudado, lo duro que es aquello, etc, como si hubiese salvado millones de vidas), o bien por necesidad personal, la necesidad (repito, necesidad que lleva a un buen fin) de sentirse bien consigo mismo.