"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!»", Jack Kerouac


jueves, 7 de abril de 2011

La Felicidad: de fin último a destino inalcanzable.

Acabo de llegar a una conclusión bastante curiosa con respecto a una de las creencias más extendidas entre las personas: el hombre vive para ser feliz. Bueno, no es que niegue tal afirmación, pero si debería matizarse, y entenderse lo que se está aceptando con tal premisa. Los que afirman categóricamente que el fin último del hombre es su felicidad suelen aceptar el siguiente hecho: el ser toma las decisiones en su vida buscando esa felicidad. Esto ya no lo puedo admitir de tal manera. Me explico. En primer lugar, que yo beba agua, no salte desde un séptimo y me mantenga alejado de los cables de alta tensión no son decisiones que busquen mi felicidad, son decisiones que me mantienen con vida, esto es, decisiones de tipo animal (he elegido ese nombre porque son de instinto, son primarias, de nuestro cerebro más instintivo). Por lo tanto, podríamos admitir que el hombre decide en cuanto a sus decisiones de tipo animal (que podría alegarse que en realidad está determinado a elegirlas o morir, con lo cual sí tienen fin último la felicidad; no es una mala refutación, pero no me puedo parar a tratarla ahora), y sus decisiones de tipo emocional (la felicidad). Pero en realidad nos puede otra parte del cerebro, la lógica, que no siempre se comporta como su nombre indica y verán por qué. Una decisión de tipo lógica, sería decir: "cobro más, así pues tenderé a ser más feliz". Esto no es cierto en todos los casos, el dinero sí asegura un bienestar necesario para alcanzar la felicidad (te permite alimentarte, te permite una vivienda, te permite una estabilidad con tu pareja, te permite tener una familia... [no sirven refutaciones en cuanto a tribus y culturas que no usaban el dinero: en cuanto vives en una sociedad con dinero estás determinado a tener que ganarlo, gastarlo y acumularlo en mayor o menor medida]), pero un aumento de sueldo puede acarrear, por ejemplo, un aumento en el tiempo de viaje a nuestro puesto de trabajo (si cambiamos de empleo), y está demostrado que tener un tiempo de viaje al puesto de trabajo alto estresa y para nada ayuda a ser feliz). Una decisión de tipo lógica puede ser: "en realidad, tal persona es una vaga, y/o pasa de todo lo que le diga, y/o solo sabe salir de fiesta, con lo cual no me conviene para nada". Pero la tercera parte del cerebro te responderá: "es que en realidad ya te has enamorado". Las decisiones de tipo emocional, las que se hacen con el corazón, son mucho más numerosas que los dos anteriores grupos, es en lo que basamos nuestra vida, y es lo que a mi me gusta llamar impulso. Un impulso es aquello que hacemos independientemente de lo que nos diga nuestra raíz lógica. Si nuestra lógica nos dice que practicar el salto con paracaídas es peligroso, a nuestro corazón le da igual, porque aplica un impulso, y lo terminaremos haciendo. Y después de hacerlo decimos que somos más felices por haberlo hecho, cuando en realidad hemos llevado a cabo un impulso  que era necesario para nosotros. Es como comprarnos todas las cosas que deseemos, seremos caprichosos y siempre desearemos cosas, cada vez más extravagantes. Lo mismo pasaría con los impulsos, si los voy cumpliendo todos sin aplicar de vez en cuando la lógica, acabaré teniendo impulsos de extraña índole.

Lo que afirmo con todo esto es lo siguiente: si tomamos como premisa que el fin último es la felicidad, y aplicamos lo hasta ahora dicho, me atrevo a decir que tanto da nuestro fin, porque no tenemos medios para asegurar nuestra felicidad. No podemos afirmar que comprar un coche nuevo, saltar en paracaídas o lo que sea nos hará más felices (en especial después de que haya pasado un tiempo después de hacerlo, que ya no nos hará para nada felices posiblemente), simplemente hacemos lo que nuestros impulsos dicen, y a veces le aplicamos lógica y/o raíz animal para asegurarnos nuestra integridad física o personal. Por lo tanto, el ser humano es de naturaleza impulsiva, tiene impulsos a largo plazo que llamamos "sueños" (quiero ser cantante famoso, escritor, dirigir mi propia empresa...) pero no tienen que necesariamente hacernos felices. Y aquí es donde llega la conclusión por la cual comencé este ensayo: en realidad, hemos perdido felicidad total. Y me explico. Imagine un hombre del año 500.000 antes de Cristo, por ejemplo. ¿Qué puedes hacer? Si quieres comer, puedes comer carne, pescado o bayas. Si quieres trabajar, hacer hachas, cazar o pescar. También puedes pintar, tendrás hijos, etc. Ahora sé tú mismo. Si quieres comer, puedes ir de restaurante, al supermercado... y elegir entre miles de productos. Si quieres trabajar, puedes hacerlo en lo que imagines. Si quieres hacer algo en tus horas de ocio, las posibilidades son infinitas. Por lo tanto, esa enorme amplitud de posibilidades ha hecho que perdamos de vista las que realmente llevan a ser felices. Antes era mucho más fácil ser feliz (felicidad relativa al hombre del año 500.000 antes de Cristo) que ahora. Y la felicidad última es siempre la misma, no puedes ser más feliz ahora, simplemente tienes más opciones para serlo, pero los caminos no aseguran un destino mejor. Si quieres ir de aquí a China puedes ir de mil maneras y por mil sitios, pero China será la misma. Y es más, muchos caminos y destinos que tomes pueden significar tu final del camino, con lo que habrás viajado hacia China sin haber llegado jamás. Se entienda: habrás ido hacia la felicidad, pero esa enormidad de camino ha hecho que jamás la alcances.

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