"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!»", Jack Kerouac


domingo, 13 de marzo de 2011

Comentarios variados


Meditaciones y prolegómenos

Hoy en día, cuando la sociedad mundial se embarca en su proceso de disgregación racial creo que es obligación humana que cualquier persona que sienta indignación respecto al tema eleve su voz por encima del griterío de la muchedumbre. Bien, yo soy uno de esos que quieren elevar su voz y decir basta, y decirle no a la tendencia xenófoba e intransigente que reina cada día más en Europa. No pretendo hacer de este un ensayo sobre el cual sentar alguna corriente filosófica o moral, bien lejos estoy yo de poder hacer eso, de poder exponer tan ordenadamente mis pensamientos como Hume, Schopenhauer, Sartre o el gran Ortega y Gasset. Tampoco pretendo, al nombrarlos, igualarme con ellos, eso jamás, pero veo importante, quizás no para ustedes pero sí para mí, tenerlos ahí, presentes, para no olvidarme mi cometido: hablar como ser humano sobre los problemas que aquejan a la sociedad.

¿Con qué derecho? Es una pregunta que podrían plantearse, pero que no tiene compleja solución: el derecho humano. Si bien es cierto que en cuestiones éticas, morales y culturales no existe una regla prefijada como válida y correcta, pero creo que existen una cantidad de buenas directrices sobre las que fijarse a la hora de pretender hacer lo que me dispongo a hacer. Las directrices no son otras que las marcadas por el sentido común, que a menudo es desoído, no porque le falte razón (nunca podrá faltarle razón al sentido común), sino porque algo grita por encima de la voz calmada y suave de este sentido. Les diré lo que grita por encima de esto: el odio, el desprecio, la arrogancia, la xenofobia y en general todo lo que hace al ser humano perder lo más humano de sí mismo.

No soy adalid de ideas nuevas y revolucionarias, tan sólo tengo de mi parte las más viejas formas de entender al ser humano, ideas de progreso, de unión, y sobre todo de entendimiento mutuo, más allá de toda sociedad, cultura o religión. Ideas antiguas que han de ser hoy aplicadas a nuestro mundo, cada vez más pequeño, ahora que cada vez todos estamos más cercanos.


¿Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?

La gran duda humana. Empezaré por el medio: ¿de dónde venimos? A esto lo llamo Historia, y en ella está la respuesta. Cada uno de nosotros venimos de un pueblo, cultura o sociedad, que poco a poco ha evolucionado hacia lo que hoy somos. Y esto es un factor dado, y nada más. Discutir sobre esto es algo fuera de lugar, banal totalmente. Es curioso como algunos compañeros sudamericanos nos acusan a los españoles de haber masacrado a los pueblos que allí habitaban y de los que se consideran sus descendientes, cuando la mayoría de ellos son, precisamente, descendientes de españoles que masacraron a esos pueblos. Todos deberíamos asumir nuestra parte en la Historia sin remordimiento. Sí, es cierto que algunos pueblos hicieron cosas en el pasado deplorables, pero son nuestros antepasados los que lo han hecho, no nosotros, sintámonos orgullosos de lo que somos, de lo que estamos siendo, y sólo si odias lo que eres, sólo si te odias a ti mismo, podrás culpar a la historia de tus antepasados.

Entonces, ¿quiénes somos? Nosotros somos nosotros, y nada más. No somos los aztecas que hacían sacrificios humanos, ni los españoles que mataron aztecas. Tampoco somos culpables de vencer en Pavía ni perder en Trafalgar. Ni somos franceses esclavizando África, ni ingleses subyugando Asia. Hay que asumir la historia, no sentirse culpable de ella. Entonces, podríamos pensar, ¿estoy sugiriendo que actuamos debidamente en todas esas cuestiones? No, nunca he dicho eso, pero lanzo una pregunta a la pregunta, ¿podemos cambiar la historia? Me temo que no. Además, como bien se sabe, el primer paso para solucionar un problema es admitirlo. Admitamos nuestra historia, asumámosla, abracémosla, pero tengámosla siempre presente para no repetirla en el futuro, pues para eso existe la historia, para advertirnos de los problemas y evitar que vuelvan a ocurrir. Sí, nosotros los españoles conquistamos a las tribus americanas, pero nunca volveremos a permitir que un pueblo sea subyugado bajo el poder de otro que se considera superior.

Entonces, ¿a dónde vamos? Nosotros decidimos esto. De dónde venimos es una cuestión histórica, ya dada. Quiénes somos es una cuestión humana, un tanto influenciada por la Historia, pero mucho más influenciada por nuestro propio pensamiento sobre todos los pueblos de la Tierra. Pero a dónde estamos yendo es sólo decisión nuestra. Cada uno de nuestras decisiones están haciendo historia, están escribiendo el “de dónde venimos” con el que tendrán que lidiar nuestros predecesores. ¿A dónde vamos? ¿Nos daremos la espalda e iremos cada uno por nuestro lado? ¿Nos tiraremos por el abismo del odio, donde nos espera la muerte segura? ¿Nos abandonaremos, después de todo lo que nos debemos unos a otros? Nosotros elegimos la respuesta, nosotros elegimos el camino. Tenemos el timón, el viento siempre sopla, ¿lograremos cruzar juntos el cabo Buena Esperanza, o perderemos la vida cada uno por su lado, como tantos otros antes?


Los pueblos occidentales: Europa y la Esfera mediterránea

La actualidad está repleta, desde hace unos meses, por revueltas en el mundo árabe. Los ciudadanos de Túnez, en un grito contra el mandatario de su país, han salido a la calle y ha logrado expulsarlo. Al ver esto, numerosos ciudadanos de otros países han seguido su ritmo: en Egipto han triunfado; en Libia están en plena guerra civil. Ha habido algún intento en otros países del golfo Pérsico, pero no parece que vayan a tener demasiada suerte.

En cualquier caso, me sorprendió muchísimo ver a los tunecinos y egipcios en la calle, organizándose, clamando por sus derechos, montando hospitales improvisados para los heridos... Cuando los he visto, he pensado, “¿qué hacemos con Europa? Nosotros somos como ellos”. Claro que la Unión Europea es una unión monetaria y económica, y paremos de contar, porque en lo que se refiere a pueblos, españoles, franceses, ingleses y alemanes nos parecemos tanto como una piña de un plátano: en que son frutas. Sí, estamos en Europa todos, pero ingleses, franceses y españoles nos hemos hecho la guerra durante siglos y siglos, y no nos engañemos, algo de eso siempre queda. Si no fuera así, yo me llevaría estupendamente con los ingleses, cosa harto imposible. Quizás españoles y franceses tengamos algún punto en común, pero nada relevante, serían más por casualidad que por otra cosa. Y fíjense que no meto a los alemanes en el asunto, porque además de ser una nación joven, son unas personas frías, distantes y poco amigables con los extranjeros. Van en sentido contrario que españoles y franceses (y apostaría que ingleses también). Con lo cual, la idea de Europa como nación es una idea bella, útil, muy pragmática y necesaria para progresar, pero en cuanto a pueblos, es imposible.

Debo añadir, de todas formas, que yo soy una persona partidaria de tal unión, pero precisamente el querer tal unión me ha llevado a plantearme esa duda, la duda de si la unión de pueblos era posible. Imagínense decir que los españoles somos iguales en costumbres y manías que los polacos, los ingleses que los serbios o los franceses que los eslovacos. Me parece una idea, digámoslo todo, absurda. Y eso me ha planteado lo que sigue: entonces, ¿en que “tipo” de pueblos encaja España? Aquí es donde cobra sentido lo dicho en el primer párrafo, y el término Esfera mediterránea.

España desde siempre ha sido una nación donde ir a tomar algo al bar con nuestros amigos y conocidos es cosa común. Hasta ahí, muchas naciones lo tienen en común. Pero en verdad en España no es (o era, los tiempos cambian) extraño que terminases hablando con una persona totalmente desconocida, y al final de la jornada te despidieses con unas palmaditas informales en el hombro. Intenten ir a un país de centroeuropa, llegar a alguna cervecería y hablar con algún desconocido. No sólo te miraran raro (cosa obvia en un principio), sino que en realidad te despreciarán. No existe ninguna posibilidad de que tengas una amistad de forma informal con alguien que acabas de conocer. No está bien visto que se hable sobre política u otros asuntos en lugares públicos. Y siempre que digo esto, recuerdo a los griegos, reuniéndose para hablar de todo sin ningún problema. Es aquí cuando digo, ¿tendremos algo en común con los griegos? Porque bien es sabido lo que nos gusta a los españoles hablar de todos los temas. Bien sabido es que un español habla siempre de cualquier tema, especialmente si no sabe absolutamente nada sobre el mismo.

Entonces, digamos que hay un algo, un germen de personas abiertas a hablar de todo, a enseñar nuestros sentimientos en público, a trabar amistad, a ser informales. Y ese germen, como acabo de decir, está en el pueblo griego, así como en el español. Pero, ¿solamente en esos dos pueblos se puede encontrar? Por lo que sé, no. Al menos otra nación tiene ese germen: Italia. Según creo no somos tan diferentes españoles de italianos, quizás no tan diferentes como con los griegos que, me perdonen por lo que voy a decir, tienen rasgos más de Oriente, más de Turquía. Pero en cualquier caso, si continuamos uniendo anécdotas de aquí y de allá, se saca también la conclusión de que los pueblos del norte de África son también portadores de ese germen de sociabilidad. Al fin y al cabo, esos pueblos son pueblos acostumbrados al regateo y mercadeo con gentes de otras culturas que hablan distinta lengua, y nunca han tenido problema para entenderse, porque para entenderse con personas del mundo no es necesario hablar inglés, simplemente se necesita una sonrisa y predisposición. Y no sentirse superior a los demás, debo añadir.

Pero recientemente he tenido noticias de que esto llega más allá, y las gentes de la antigua Yugoslavia, en la zona del Adriático, son personas también muy abiertas, al menos las situadas en la costa (las provincias de la República de Venecia en su momento). Toda esta amalgama de pueblos tienen una base en común, una vieja base histórica, que no es otra que la del antiguo Imperio Romano.


Esa fue la gran extensión del Imperio Romano. Muchos más territorios de los que yo he nombrado aquí. Y podría ser cierto que fuesen tan grandes, que Francia, el sur de centroeuropa, Inglaterra e incluso el Caúcaso tuviese algo en común con nosotros. Pero quizás el mapa que me es más relevante, más cercano y más exacto es el siguiente, posterior en fecha al anterior:



En cualquier caso, es más correcto referirse al Imperio Romano en general para decir que fue el que implantó ese germen en las sociedades, aunque el mapa del Imperio Romano de Oriente sea más “correcto” geográficamente hablando.

Todo esto que he expuesto nos lleva a pensar en la Esfera mediterránea, que no es otra cosa que esos pueblos que, sin tener nada en común aparentemente, tienen una base importante.

Es cierto que he estado manteniendo que esto es debido a la conquista del Imperio Romano, pero también puede ser debido al clima mediterráneo, que no deja de ser común para todos esos pueblos. Sí, es cierto que es un elemento en común, pero no funciona en solitario, como no lo hace el germen, la semilla, dejada por los romanos. Los romanos tiraron esa semilla en diversas tierras, pero tan sólo las de clima mediterráneo florecieron: esa es una forma de explicarlo más correcta; así es como se podría explicar que en pueblos como ingleses o franceses no se haya desarrollado (no plenamente al menos) esa semilla.


La solidaridad: concepto y desengaño

Hace algún tiempo había hecho toda una especie de teoría, y ahora me dispongo a intentar plasmarla en estas líneas. El título, concepto y desengaño, trata ya de introducirnos al asunto: yo planteo la solidaridad como defecto, y no como exceso. Me explico. El concepto solidaridad está entre nosotros como una virtud, como un, digamos impulso, humano, que nos lleva a ayudar desinteresadamente a otros seres humanos. Concuerdo en que, efectivamente, la solidaridad nos lleva a ayudar a otros seres humanos (y por lo tanto, no nos engañemos, es muy positiva). Pero, ¿lo hacemos desinteresadamente?

Alto ahí. No comiencen a resoplar, a farfullar y a increpar tan a la ligera. Como he dicho, la solidaridad es positiva, mueve mundos, salva vidas. Pero, estarán de acuerdo conmigo que, cuando a una persona le da la “vena” solidaria, es común que diga: “no aguanto más ver a esos niños muriéndose de hambre”. Acto seguido se asocia a la Cruz Roja o a la ONG de turno. Curiosa frase, ¿verdad? Seamos algo pícaros y trastoquémosla, ¿no suena extrañamente parecida a “me están arruinando la comida con esas imágenes”? Cierto es que quizás se haya exagerado un poco, pero bien podría concluir cualquier persona que se ayuda sólo cuando vemos el mal, cuando el mal entra por nuestros ojos, nos arruina el día y pensamos en lo desastroso que es el mundo. En líneas del pensamiento de Pérez-Reverte, que, por cierto, me cautivó la primera vez que leí sobre esa “filosofía”, alguien debería informar a esa gente de que eso es lo normal, que eso está a la orden del día en decenas de países, que lo raro es lo nuestro, que vivimos en un analgésico, como drogados, y sólo cuando algo anómalo entra en nuestra vida (esas imágenes de muerte y hambre) nos despertamos. Ese despertar dura más o menos, a algunos se les pasa, como quien se cura de una gripe, y sigue con su vida. Otros, sin embargo, comienzan a pensar sobre ello, y deciden que tienen que hacer algo para solucionarlo. Pero en verdad, ¿cuánto es buena fe, y cuánto es necesidad personal? En verdad no intervienen (no todos, al menos) por salvar al niño, sino porque detestan ver el mundo como es, y quieren ver un mundo más bello. Lo quieren para ellos (y para sus hijos, como suelen decir). Y cada cierto tiempo tienen que volver a su sociedad, a meterse un chute de sociedad occidental. Lo que ocurre a veces es que algunos ya no son los mismos, y comienzan a sentirse muertos en la sociedad occidental. El analgésico les sabe a veneno, y desean volver a la muerte y la hambruna, donde poder estar ocupados. Se vuelve su medio natural. Solo esas personas son realmente desinteresadas, el resto ayudan bien por la foto (entiéndase, por hablar en la sobremesa lo mucho que ha ayudado, lo duro que es aquello, etc, como si hubiese salvado millones de vidas), o bien por necesidad personal, la necesidad (repito, necesidad que lleva a un buen fin) de sentirse bien consigo mismo.