Crucero
Atria
Prólogo
«Por
los que están y estuvieron,
y
por los que nunca volverán».
Brindis
popular.
Visto
desde su privilegiada posición en el crucero Atria,
aquel mundo era, innegablemente, una maravilla de la naturaleza. Las
vastas extensiones de océanos azules cubrían al menos la mitad de
la masa total del planeta, y allá donde el azul no penetraba, era el
verde el reinante. Eran mínimos los lugares de la gran masa
continental donde no había ese característico verde oscuro, verde
selvático, y precisamente aquella ausencia del verde era sinónimo
de seguridad, en los únicos lugares del planeta donde uno podría
permanecer vivo, lejos de lo que quisiese que se escondiera en la
inmensidad boscosa.
Y
sin embargo, aunque el planeta Gaelum era un infierno esmeralda,
nadie podía negar su belleza. Casi parecía que, como una planta
carnívora, había adquirido esa magnificencia para atraer a su
interior a las naves que no supiesen de su condición depredadora.
Aunque nadie en toda la galaxia ignoraba el peligro que suponía
aquel planeta. Por su bien, nadie debía tocar tierra allí.
–Comandante
Graham, estamos en órbita –le informó el primer oficial, Jan Dae.
–Bien,
inicien el escaneo planetario.
–Iniciando
escaneo planetario –repitió la oficial de comunicaciones, Tori
Ohara–. Escaneo en curso, tiempo estimado: una hora y treinta y
siete minutos.
–Pónganse
cómodos –les dijo Renvair Graham–, aún nos quedan otros dos
después de este.
Ciertamente
no era la misión que esperaba para el Atria,
pero al menos era tranquila. Además, alguien tenía que hacerlo, ya
que mantener la información sobre los mundos terraformados era vital
por dos motivos claros. El primero era que, si se encontraba que un
planeta había adquirido el nivel de terraformado mínimo requerido
para su habitabilidad segura, debía de enviarse a colonos para
establecer poblaciones y zonas de abastecimiento. Y el segundo motivo
se debía a tratar de averiguar el por qué del fracaso de la
terraformación en casos como Gaelum. En este, la conclusión de
inhabitabilidad era clara: el entorno era demasiado hostil para
albergar cualquier vida humana.
–Comandante,
los sensores de largo alcance detectan algo –informó uno de sus
tripulantes, Irrayl Watt.
–¿A
qué se refiere exactamente? –preguntó la segunda oficial,
Patricia Monet, acercándose al monitor.
–Es
una lectura proveniente del grupo de asteroides NL-37, una especie de
signatura radioactiva.
–¿Una
nave quizás? –insinuó la segunda oficial, girándose al
comandante.
–Los
asteroides de este sector son ricos en residuos radioactivos, es
posible que sean la causa –contestó Jan.
–Pero
señor, los sensores no habían detectado nada con anterioridad
–insistió Irrayl.
–Quizás
dos asteroides chocaron, emitiendo el residuo –Jan se encogió muy
levemente de hombros al decirlo–, o sencillamente nuestros sensores
estaban cegados.
–De
todas formas, prefiero asegurarme –habló el comandante–. Oficial
Ohara, detenga el escaneo planetario y redirija los sensores hacia
NL-37.
–A
sus órdenes, comandante.
Nadie
quería reconocerlo, pero en la cabina se respiraba cierto ambiente
de tensión mientras que las mediciones y lecturas aparecían en el
monitor de Tori. Podía tratarse de separatistas, o terroristas, o
simplemente piratas, aunque estaban bastante lejos de ninguna parte
como para hacer averiguaciones sobre lo que allí les esperaba. «Lo
más probable», pensó Graham, «era que se tratase de simples
asteroides en colisión».
Al
cabo de un minuto, la oficial de comunicaciones se giró.
–No
hay nada, comandante.
–Una
simple signatura residual– comentó Jan.
–No,
mi comandante, me refiero a que no hay nada en absoluto, no detecta
ni siquiera los cuerpos de NL-37.
–¿Cómo
dice? –creció la tensión en el puente de mando, especialmente
tras levantarse Graham de su silla de mando– ¿Se han averiado los
escáneres?
–Funcionaban
con la lectura planetaria... – el sonido del tecleo era constante
ahora– No parece que les ocurra nada, señor.
–Pues
nos falta un campo de asteroides entero –Jan torció una mueca
mientras hablaba.
–¿Técnico
Watt?
–Los
sensores siguen detectando la signatura, comandante.
–Comandante,
opino que deberíamos establecer el estado de alerta en la nave.
Las
palabras de Patricia parecieron cortar el ambiente, y de repente
todos los ojos en el puente fueron a parar a Renvair, el cual estuvo
meditando un instante aquellas palabras.
–Tiene
razón –accedió–. Abra un canal con la nave.
–Listo,
señor –le respondió la oficial de comunicaciones tras un par de
toques en la pantalla.
–Aquí
el comandante Renvair Graham –dijo a su auricular–, alerta
naranja establecida en toda la nave. Artilleros a sus puestos de
combate, mantengan las armas preparadas y los ojos abiertos. Informen
de cualquier contacto.
Tras
ello, se quedó pensativo, mirando por la gran superficie
transparente en el casco de la nave frente a él, viendo aquel cuerpo
planetario que se erguía allí delante, casi al alcance de la mano.
Le parecía distinguir cada árbol, a pesar de encontrarse a varios
cientos de kilómetros de altura.
–Reprogramad
manualmente los escáneres para una lectura de NL-37 –dijo de
improvisto– , y sacarnos de órbita, dejaremos esto para más
tarde.
El
puente de mando volvió a tener actividad. Por un lado, el apagado de
los sistemas de escaneo mantenía bastante ocupados a los técnicos
responsables de ello. Esto los había dejado algo ciegos, pero visto
lo visto, parecía que sólo podían confiar en los sensores más
básicos. Y por otro lado, aunque no lo sentía físicamente debido a
los estabilizadores de inercia, sabía que habían comenzado a
moverse, a corregir el ángulo con respecto a Gaelum para escapar de
su atracción.
–¡Aquí
batería de babor –resonó el puente de mando–, contacto visual,
múltiples objetivos! ¡Permiso para abrir fuego!
–Fuego.
–Batería
de babor, aquí puente de mando –respondió Patricia–. Abran
fuego.
Y
un par de segundos después, las cuatro torretas láser de esa banda
comenzaron a escupir pequeñas lenguas concentradas hacia el supuesto
objetivo.
Comandante,
primer oficial y segundo oficial cruzaron miradas. Prácticamente se
comprendieron al instante, los nervios estaban a flor de piel.
Alguien les estaba atacando cuando todavía no habían salido de la
órbita. Necesitaban salir de allí, rápido.
–Omniradar
muestra múltiples contactos en babor, comandante –le dijo una voz
entre los técnicos, no supo exactamente quién fue.
–Nos
estaban esperando en silencio, pacientemente –comentó Jan en un
tono que sonó bastante sombrío.
–Piloto,
sáquenos de la maldita órbita ya –«a sus órdenes, comandante»,
escuchó responder a Yulic Bertoa–. Y que alguien me concrete a
cuántos objetivos tenemos.
–Siete
a babor, cuatro kilómetros –comenzó Tori–, siete a estribor,
doce kilómetros, seis desde Gaelum, justo por debajo.
–¿Tipo?
–fue la segunda oficial la que le quitó las palabras de la boca al
comandante.
–Cazadores.
–¿Y
quién los ha...?
–Traído
–terminó Renvair mirando los sensores de largo alcance.
Justo
en ese instante, aparecía en el cuadrante que representaba a NL-37
un punto marcado en rojo, más grueso que el resto de puntitos que
revoloteaban hacia ellos. Para entonces, el sistema establecía
automáticamente la alerta roja y la batería de estribor comenzaba a
disparar, a pesar de la larga distancia que los separaba de su
blanco.
–¡Crucero
interceptor en NL-37, confirmado disparo de batería de proa! ¡Un
minuto siete segundos para el impacto!
–Comiencen
maniobra evasiva a babor –el sudor se le agolpaba en la frente y en
las manos al comandante del Atria–,
comiencen el fuego de cobertura, envíen señales de socorro en todas
direcciones.
Trasmitidas
las órdenes, la nave comenzó su pesado viraje a su izquierda
mientras que todo a su alrededor se iluminaba con pequeñas aunque
multitudinarias explosiones. Sentía la adrenalina en su organismo,
apenas era consciente de lo que estaba ocurriendo. Sencillamente se
limitaba a mirar las pantallas, a dar órdenes con toda la
tranquilidad del universo. Y después, miró la cortina de fuego que
formaba su nave.
Ese
tipo de disparos estaba destinado a detener misiles y evitar a las
naves menores acercarse demasiado. En el fondo, todos sabían que era
inútil contra disparos pesados de artillería, sin embargo, de
alguna manera se sentían más seguros, o al menos hasta que Tori
informó de que faltaban treinta segundos hasta el impacto.
–Canal
con la nave.
–Abierto.
–Aquí
el comandante, prepárense para impacto de artillería en treinta
segundos –silenció un momento su micrófono para hablar con la
oficial de comunicaciones–. Comience cuenta atrás.
–Veinte
segundos para impacto.
–¿Terroristas
con un crucero interceptor? –ni a Patricia ni a nadie le parecía
posible, pero no había manera de saber quiénes eran aquellos que
sin mediar palabra abrían fuego sobre el Atria.
Los
técnicos de escudos informaron de impactos ligeros en babor, ya
habían llegado al combate los cazadores de aquella banda.
–Quince
segundos.
Uno
de aquellos atacantes caía y se desintegraba contra el escudo
frontal, a la vista de todos los presentes en el puente.
–Diez
segundos.
–Será
mejor agarrarse a algo –dijo Jan, mientras se sentaba en su silla a
la derecha del comandante. Todos lo imitaron.
–Cinco,
cuatro, tres, dos, uno...
Algunos
la vieron pasar. Durante un microsegundo, la pesada bala cruzó el
espacio a media centena de metros por encima y otros tantos a la
derecha, entre las explosiones, como una portadora de muerte. Para
aquellos que sus ojos retuvieron esa imagen, apenas existió
diferencia temporal entre ella y una explosión, seguida de la gran
sacudida que provocó un alabeo de varios grados hacia la izquierda.
–¡Informe!
–gritó Graham, aunque sabía de antemano que no le iba a gustar.
–No
hay potencia en el motor principal –dijo el piloto antes que nadie,
casi absorto–, ¡la gravedad de Gaelum nos atrae, no tenemos fuerza
de escape!
–¡Corrige,
corrige el ángulo! –le comenzó a gritar uno de los tripulantes.
–¿Cómo
coño quieres que corrija si no tenemos potencia para movernos?
¡Sencillamente caemos, joder!
Y
después de aquello, todo lo demás no importó. No importó que
hubiesen perdido dos baterías de estribor, tampoco que el casco se
hubiese abierto, y al sellarse automáticamente las puertas de
emergencia del pasillo para aislar la fuga de aire, cinco personas
hubiesen salido directamente al exterior. Tampoco el informe
preliminar de bajas, una treintena entre muertos y heridos. Lo único
que importaba era la proa del Atria,
mirando cada vez más cara a cara a Galeum, que parecía engullirles.
Jan
Dae gritaba órdenes ininteligibles para Graham, mientras la nave se
sacudía una y otra vez, y la parte delantera del crucero se iba
convirtiendo en una bola de fuego. Oyó venir de algún lugar de la
sala la orden de potenciar los escudos de proa, quizás fuera
Patricia, no lo sabía, sólo tenía ojos para el verde continente
que se acercaba hacia ellos.
–¡Mensaje
de emergencia! –gritó de repente, sorprendiéndose incluso a sí
mismo– ¡Envíen toda la información posible de larga distancia
hacia las estaciones y posiciones de naves más cercanas!
A
pesar de todo, cumplieron la orden. Sabían lo que significaba,
sabían donde estaban, y dónde se encontraban las naves más
cercanas. Y en el fondo, también sabían que, de alguna manera,
aquella señal no era una petición de rescate, sino un aviso para
futuras naves, quizás para que sus familias pudiesen enterrar un
cuerpo, pero nada más.
Pero
incluso allí, cayendo en barrena contra un suelo cada vez más
próximo, las esperanzas estaban puestas en el piloto que, contra
viento y marea, trataba de rectificar el ángulo. Y algo estaba
consiguiendo, algo mínimo, pero constante, sin rendirse.
Renvair
vio a Patricia, con los ojos cerrados, sentada en la silla que le
correspondía, a su izquierda, un poco más abajo que él, resignada
a morir. Jan Dae, a su derecha, gritaba todavía alguna orden, que
nadie cumplía, ya que el resto de personas en la sala, salvo el
piloto, estaba agachada, o agarradas a los monitores o mesas,
llorando, gritando, o simplemente, como la mayoría, en silencio. No
quería ni pensar en cómo debían de encontrarse los tripulantes del
resto de la nave.
–¡Ohara,
las balizas de posición, fuera!
Esa
fue su última orden, la última en cumplirse a bordo del Atria.
El piloto había hecho lo que había podido, iban directamente ahora
contra el océano, aproximándose a una playa de arena fina. «Es muy
bello», fue lo último que cruzó su mente antes de que el crucero
hiciese colisión contra el planeta, hundiendo su proa en el azul
mar.
__________________________________________________________________
Historia que estaba escribiendo sobre el espacio. No pretendía que fuese una historia demasiado espacial, es decir, sólo hay humanos, no pensaba meter cosas como la fuerza o cosas así... y además quería meter cosas actuales y de algunos momentos de la Historia.
Me dio por poner aquí esto para actualizar con algo "decente". No es que esté muy a gusto con ello, pero tampoco es desagradable. Seguramente cambiaría partes, casi todo matices, pero la idea original es esa.
Así pues, sin más, queda la historia para quien quiera leerla, y yo he cumplido con lo mío. Espero que os guste, tengo como cuatro veces más que esto escrito, y son todo capítulos sin terminar, así que sólo con lo que está empezado, debería quedar una cosa bastante interesante. El potencial de la historia es bastante más grande, porque de hecho daría ya para hacer una novela entera y quedaría para hacer una segunda parte.
Bueno, breve explicación, y que se disfrute.
Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis
No hay comentarios:
Publicar un comentario