"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!»", Jack Kerouac


lunes, 9 de julio de 2012

Todas esas veces: Prólogo



Crucero Atria
Prólogo



«Por los que están y estuvieron,
y por los que nunca volverán».
Brindis popular.



Visto desde su privilegiada posición en el crucero Atria, aquel mundo era, innegablemente, una maravilla de la naturaleza. Las vastas extensiones de océanos azules cubrían al menos la mitad de la masa total del planeta, y allá donde el azul no penetraba, era el verde el reinante. Eran mínimos los lugares de la gran masa continental donde no había ese característico verde oscuro, verde selvático, y precisamente aquella ausencia del verde era sinónimo de seguridad, en los únicos lugares del planeta donde uno podría permanecer vivo, lejos de lo que quisiese que se escondiera en la inmensidad boscosa.
Y sin embargo, aunque el planeta Gaelum era un infierno esmeralda, nadie podía negar su belleza. Casi parecía que, como una planta carnívora, había adquirido esa magnificencia para atraer a su interior a las naves que no supiesen de su condición depredadora. Aunque nadie en toda la galaxia ignoraba el peligro que suponía aquel planeta. Por su bien, nadie debía tocar tierra allí.
–Comandante Graham, estamos en órbita –le informó el primer oficial, Jan Dae.
–Bien, inicien el escaneo planetario.
–Iniciando escaneo planetario –repitió la oficial de comunicaciones, Tori Ohara–. Escaneo en curso, tiempo estimado: una hora y treinta y siete minutos.
–Pónganse cómodos –les dijo Renvair Graham–, aún nos quedan otros dos después de este.
Ciertamente no era la misión que esperaba para el Atria, pero al menos era tranquila. Además, alguien tenía que hacerlo, ya que mantener la información sobre los mundos terraformados era vital por dos motivos claros. El primero era que, si se encontraba que un planeta había adquirido el nivel de terraformado mínimo requerido para su habitabilidad segura, debía de enviarse a colonos para establecer poblaciones y zonas de abastecimiento. Y el segundo motivo se debía a tratar de averiguar el por qué del fracaso de la terraformación en casos como Gaelum. En este, la conclusión de inhabitabilidad era clara: el entorno era demasiado hostil para albergar cualquier vida humana.
–Comandante, los sensores de largo alcance detectan algo –informó uno de sus tripulantes, Irrayl Watt.
–¿A qué se refiere exactamente? –preguntó la segunda oficial, Patricia Monet, acercándose al monitor.
–Es una lectura proveniente del grupo de asteroides NL-37, una especie de signatura radioactiva.
–¿Una nave quizás? –insinuó la segunda oficial, girándose al comandante.
–Los asteroides de este sector son ricos en residuos radioactivos, es posible que sean la causa –contestó Jan.
–Pero señor, los sensores no habían detectado nada con anterioridad –insistió Irrayl.
–Quizás dos asteroides chocaron, emitiendo el residuo –Jan se encogió muy levemente de hombros al decirlo–, o sencillamente nuestros sensores estaban cegados.
–De todas formas, prefiero asegurarme –habló el comandante–. Oficial Ohara, detenga el escaneo planetario y redirija los sensores hacia NL-37.
–A sus órdenes, comandante.
Nadie quería reconocerlo, pero en la cabina se respiraba cierto ambiente de tensión mientras que las mediciones y lecturas aparecían en el monitor de Tori. Podía tratarse de separatistas, o terroristas, o simplemente piratas, aunque estaban bastante lejos de ninguna parte como para hacer averiguaciones sobre lo que allí les esperaba. «Lo más probable», pensó Graham, «era que se tratase de simples asteroides en colisión».
Al cabo de un minuto, la oficial de comunicaciones se giró.
–No hay nada, comandante.
–Una simple signatura residual– comentó Jan.
–No, mi comandante, me refiero a que no hay nada en absoluto, no detecta ni siquiera los cuerpos de NL-37.
–¿Cómo dice? –creció la tensión en el puente de mando, especialmente tras levantarse Graham de su silla de mando– ¿Se han averiado los escáneres?
–Funcionaban con la lectura planetaria... – el sonido del tecleo era constante ahora– No parece que les ocurra nada, señor.
–Pues nos falta un campo de asteroides entero –Jan torció una mueca mientras hablaba.
–¿Técnico Watt?
–Los sensores siguen detectando la signatura, comandante.
–Comandante, opino que deberíamos establecer el estado de alerta en la nave.
Las palabras de Patricia parecieron cortar el ambiente, y de repente todos los ojos en el puente fueron a parar a Renvair, el cual estuvo meditando un instante aquellas palabras.
–Tiene razón –accedió–. Abra un canal con la nave.
–Listo, señor –le respondió la oficial de comunicaciones tras un par de toques en la pantalla.
–Aquí el comandante Renvair Graham –dijo a su auricular–, alerta naranja establecida en toda la nave. Artilleros a sus puestos de combate, mantengan las armas preparadas y los ojos abiertos. Informen de cualquier contacto.
Tras ello, se quedó pensativo, mirando por la gran superficie transparente en el casco de la nave frente a él, viendo aquel cuerpo planetario que se erguía allí delante, casi al alcance de la mano. Le parecía distinguir cada árbol, a pesar de encontrarse a varios cientos de kilómetros de altura.
–Reprogramad manualmente los escáneres para una lectura de NL-37 –dijo de improvisto– , y sacarnos de órbita, dejaremos esto para más tarde.
El puente de mando volvió a tener actividad. Por un lado, el apagado de los sistemas de escaneo mantenía bastante ocupados a los técnicos responsables de ello. Esto los había dejado algo ciegos, pero visto lo visto, parecía que sólo podían confiar en los sensores más básicos. Y por otro lado, aunque no lo sentía físicamente debido a los estabilizadores de inercia, sabía que habían comenzado a moverse, a corregir el ángulo con respecto a Gaelum para escapar de su atracción.
–¡Aquí batería de babor –resonó el puente de mando–, contacto visual, múltiples objetivos! ¡Permiso para abrir fuego!
–Fuego.
–Batería de babor, aquí puente de mando –respondió Patricia–. Abran fuego.
Y un par de segundos después, las cuatro torretas láser de esa banda comenzaron a escupir pequeñas lenguas concentradas hacia el supuesto objetivo.
Comandante, primer oficial y segundo oficial cruzaron miradas. Prácticamente se comprendieron al instante, los nervios estaban a flor de piel. Alguien les estaba atacando cuando todavía no habían salido de la órbita. Necesitaban salir de allí, rápido.
–Omniradar muestra múltiples contactos en babor, comandante –le dijo una voz entre los técnicos, no supo exactamente quién fue.
–Nos estaban esperando en silencio, pacientemente –comentó Jan en un tono que sonó bastante sombrío.
–Piloto, sáquenos de la maldita órbita ya –«a sus órdenes, comandante», escuchó responder a Yulic Bertoa–. Y que alguien me concrete a cuántos objetivos tenemos.
–Siete a babor, cuatro kilómetros –comenzó Tori–, siete a estribor, doce kilómetros, seis desde Gaelum, justo por debajo.
–¿Tipo? –fue la segunda oficial la que le quitó las palabras de la boca al comandante.
–Cazadores.
–¿Y quién los ha...?
–Traído –terminó Renvair mirando los sensores de largo alcance.
Justo en ese instante, aparecía en el cuadrante que representaba a NL-37 un punto marcado en rojo, más grueso que el resto de puntitos que revoloteaban hacia ellos. Para entonces, el sistema establecía automáticamente la alerta roja y la batería de estribor comenzaba a disparar, a pesar de la larga distancia que los separaba de su blanco.
–¡Crucero interceptor en NL-37, confirmado disparo de batería de proa! ¡Un minuto siete segundos para el impacto!
–Comiencen maniobra evasiva a babor –el sudor se le agolpaba en la frente y en las manos al comandante del Atria–, comiencen el fuego de cobertura, envíen señales de socorro en todas direcciones.
Trasmitidas las órdenes, la nave comenzó su pesado viraje a su izquierda mientras que todo a su alrededor se iluminaba con pequeñas aunque multitudinarias explosiones. Sentía la adrenalina en su organismo, apenas era consciente de lo que estaba ocurriendo. Sencillamente se limitaba a mirar las pantallas, a dar órdenes con toda la tranquilidad del universo. Y después, miró la cortina de fuego que formaba su nave.
Ese tipo de disparos estaba destinado a detener misiles y evitar a las naves menores acercarse demasiado. En el fondo, todos sabían que era inútil contra disparos pesados de artillería, sin embargo, de alguna manera se sentían más seguros, o al menos hasta que Tori informó de que faltaban treinta segundos hasta el impacto.
–Canal con la nave.
–Abierto.
–Aquí el comandante, prepárense para impacto de artillería en treinta segundos –silenció un momento su micrófono para hablar con la oficial de comunicaciones–. Comience cuenta atrás.
–Veinte segundos para impacto.
–¿Terroristas con un crucero interceptor? –ni a Patricia ni a nadie le parecía posible, pero no había manera de saber quiénes eran aquellos que sin mediar palabra abrían fuego sobre el Atria.
Los técnicos de escudos informaron de impactos ligeros en babor, ya habían llegado al combate los cazadores de aquella banda.
–Quince segundos.
Uno de aquellos atacantes caía y se desintegraba contra el escudo frontal, a la vista de todos los presentes en el puente.
–Diez segundos.
–Será mejor agarrarse a algo –dijo Jan, mientras se sentaba en su silla a la derecha del comandante. Todos lo imitaron.
–Cinco, cuatro, tres, dos, uno...
Algunos la vieron pasar. Durante un microsegundo, la pesada bala cruzó el espacio a media centena de metros por encima y otros tantos a la derecha, entre las explosiones, como una portadora de muerte. Para aquellos que sus ojos retuvieron esa imagen, apenas existió diferencia temporal entre ella y una explosión, seguida de la gran sacudida que provocó un alabeo de varios grados hacia la izquierda.
–¡Informe! –gritó Graham, aunque sabía de antemano que no le iba a gustar.
–No hay potencia en el motor principal –dijo el piloto antes que nadie, casi absorto–, ¡la gravedad de Gaelum nos atrae, no tenemos fuerza de escape!
–¡Corrige, corrige el ángulo! –le comenzó a gritar uno de los tripulantes.
–¿Cómo coño quieres que corrija si no tenemos potencia para movernos? ¡Sencillamente caemos, joder!
Y después de aquello, todo lo demás no importó. No importó que hubiesen perdido dos baterías de estribor, tampoco que el casco se hubiese abierto, y al sellarse automáticamente las puertas de emergencia del pasillo para aislar la fuga de aire, cinco personas hubiesen salido directamente al exterior. Tampoco el informe preliminar de bajas, una treintena entre muertos y heridos. Lo único que importaba era la proa del Atria, mirando cada vez más cara a cara a Galeum, que parecía engullirles.
Jan Dae gritaba órdenes ininteligibles para Graham, mientras la nave se sacudía una y otra vez, y la parte delantera del crucero se iba convirtiendo en una bola de fuego. Oyó venir de algún lugar de la sala la orden de potenciar los escudos de proa, quizás fuera Patricia, no lo sabía, sólo tenía ojos para el verde continente que se acercaba hacia ellos.
–¡Mensaje de emergencia! –gritó de repente, sorprendiéndose incluso a sí mismo– ¡Envíen toda la información posible de larga distancia hacia las estaciones y posiciones de naves más cercanas!
A pesar de todo, cumplieron la orden. Sabían lo que significaba, sabían donde estaban, y dónde se encontraban las naves más cercanas. Y en el fondo, también sabían que, de alguna manera, aquella señal no era una petición de rescate, sino un aviso para futuras naves, quizás para que sus familias pudiesen enterrar un cuerpo, pero nada más.
Pero incluso allí, cayendo en barrena contra un suelo cada vez más próximo, las esperanzas estaban puestas en el piloto que, contra viento y marea, trataba de rectificar el ángulo. Y algo estaba consiguiendo, algo mínimo, pero constante, sin rendirse.
Renvair vio a Patricia, con los ojos cerrados, sentada en la silla que le correspondía, a su izquierda, un poco más abajo que él, resignada a morir. Jan Dae, a su derecha, gritaba todavía alguna orden, que nadie cumplía, ya que el resto de personas en la sala, salvo el piloto, estaba agachada, o agarradas a los monitores o mesas, llorando, gritando, o simplemente, como la mayoría, en silencio. No quería ni pensar en cómo debían de encontrarse los tripulantes del resto de la nave.
–¡Ohara, las balizas de posición, fuera!
Esa fue su última orden, la última en cumplirse a bordo del Atria. El piloto había hecho lo que había podido, iban directamente ahora contra el océano, aproximándose a una playa de arena fina. «Es muy bello», fue lo último que cruzó su mente antes de que el crucero hiciese colisión contra el planeta, hundiendo su proa en el azul mar.








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 Historia que estaba escribiendo sobre el espacio. No pretendía que fuese una historia demasiado espacial, es decir, sólo hay humanos, no pensaba meter cosas como la fuerza o cosas así... y además quería meter cosas actuales y de algunos momentos de la Historia.

Me dio por poner aquí esto para actualizar con algo "decente". No es que esté muy a gusto con ello, pero tampoco es desagradable. Seguramente cambiaría partes, casi todo matices, pero la idea original es esa.

Así pues, sin más, queda la historia para quien quiera leerla, y yo he cumplido con lo mío. Espero que os guste, tengo como cuatro veces más que esto escrito, y son todo capítulos sin terminar, así que sólo con lo que está empezado, debería quedar una cosa bastante interesante. El potencial de la historia es bastante más grande, porque de hecho daría ya para hacer una novela entera y quedaría para hacer una segunda parte.

Bueno, breve explicación, y que se disfrute.




Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis

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