Decir que el día estaba amaneciendo era como decir que tus ojos son azules: son una afirmación cierta pero muy lejana a la realidad.
Sí, el día amanecía, pero las estrellas brillaban, junto a algún planeta aventurero, entre el cada vez más claro cielo nocturno. Hacía algunos minutos que el alba le ganaba la partida a la noche, y poco a poco podíamos ir admitiendo que se estaba haciendo de día completamente. Según escribía estas palabras, de hecho, era muy visible el aumento de claridad que se estaba produciendo. Era en cierta medida una lástima.
Unos cuervos comenzaban sus graznidos en la zona. Yo miraba a un avión cruzar el cielo, dejando su estela como una cicatriz en el manto de la cada vez menos noche.
Me había dormido a eso de las nueve y media o diez de la noche, con cosa de treinta horas sin dormir encima. Esa era la principal razón por la cual estaba ahora aquí, en el porche, con un café terminado, el notebook y una cazadora, escuchando cantos de pájaros que se despertaban. Buenos días Salamanca, buenos días princesa.
Y hoy tengo que reconocer que me he despertado muy enamorado. No sé si es algo que se pueda explicar, pero tengo el pecho cálido a pesar del frío de la mañana, supongo que se me entiende. Despertarse así en este remanso de paz escuchando a los pájaros me hace querer abandonarlo todo y vivir en un sitio como este para siempre. Si digo la verdad, una parte de mí espera que sea ella la que salga del interior, haciendo competencia al azul del amanecer y al propio Sol (mi amanecer es con la luz de tu sonrisa), y me pida que vuelva dentro con ella, a la cama. O quizás se cogería una cazadora y se sentaría a mi lado, acurrucada contra mí. Me encantaría saber cuál sería su reacción.
Como suelo decir, soñar es gratis.
En cualquier caso, al Sol le queda poco para salir. Por supuesto no hay ni una nube en el cielo, y se espera un día más caluroso que ayer. Pero yo todo el calor que necesito es el que se concentra cada mañana en mi pecho. No necesito más.
Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis
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