Ordenador VAIO
delante de mí, donde escribo. Sobre él,
una pantalla Acer de varios años que la uso como pantalla de apoyo de
vez en cuando, cumple sus funciones perfectamente. A la izquierda, sobre una
cajonera alta con rueditas, mi antiguo Packard Bell, con la música puesta: It’s
Been So Long, de Horrorpops, aunque ando cambiando entre esta y Undefeated. Se
acercan las doce de la noche, el cuerpo me pide salir pero todavía es lunes,
primer lunes de vacaciones y ya estoy perdidísimo.
De cualquier
manera, me dedico a trabajar en esto. Un pequeño libro, como otros miles que he
comenzado, que viene a ser un diario, una autobiografía más bien: tomo uno.
Recuerdo que las veces que he comenzado a escribir algo así, bajo diversos
títulos y por diversos motivos, siempre comenzaba explicando durante páginas y
páginas la situación actual, o de dónde venía, o quién era. Pero ahora me
parece un absurdo, no tiene la menor relevancia hacerlo, sencillamente creo que
es importante sencillamente hablar, narrar, contar, pensar, soñar, lo que sea,
pero sin límites.
Sin límites… es
el lema que más trato de grabarme a fuego porque es el que más incumplo.
Vivimos de nuestros límites. No, más bien morimos por nuestros límites. La vida
es, de hecho, una perfecta libertad en la cual tratamos de ponernos el mayor
número de trabas de forma inconsciente. No se puede hacer, no sé hacerlo, es
que yo, pensé que, etc. Tonterías. Más de una vez he defendido mis teorías
sobre lo bonito que sería el mundo si cada uno de nosotros tratásemos de
mejorar en exclusiva la vida de un pequeño número de personas a nuestro
alrededor, pero creo que este caso se puede particularizar a nosotros mismos:
muchos de nosotros haríamos del mundo un lugar mejor si invirtiésemos más
tiempo en nosotros, en saber qué queremos hacer y hacerlo, independientemente
de nuestras cualidades, capacidades o pensamientos del resto de la gente. Trabajar
en nosotros también. Esto puede ser una evidencia para muchas personas pero no
lo es para mí. Hagamos una analogía, si yo fuese un país exportaría todos los
bienes y las personas que vivieran en él serían pobres, sólo podrían vivir de
las importaciones, pero no siempre el resto de personas producen lo que tú
deseas consumir. Y a la larga, se quiebra. Más de una vez, como todo el mundo,
me he declarado en quiebra y he tenido que reorganizarme, con mayor o menor
éxito, pero siempre con la regla de exportar primero. ¿Por qué? Bueno, es mi
naturaleza. Me recuerda a esa historia del escorpión y el sapo, en la cual el
escorpión convence al sapo de que no le va a picar y le ayude a cruzar un lago
y el sapo accede, y a mitad de camino el escorpión le pica. No es culpa suya,
es su naturaleza. En parte, estoy totalmente de acuerdo. Hay muchas partes de
mí que forman un núcleo duro. Pero en parte también creo que puedo excluir lo
que desee del núcleo duro, y puedo cambiar cuanto desee, porque vivo de la
adaptabilidad, que no deja de ser una faceta importante para lograr la
invencibilidad (aunque probablemente sea la peor faceta para conseguirla). Lo
digo porque me he visto cambiar, y porque marco etapas, marco objetivos, cumplo
metas como todos los demás. Me despojo de lo que no sirve y adopto lo que puede
ser correcto. No lo suficientemente bien, ni lo suficientemente rápido, pero lo
hago. Conozco personas que no han cambiado gran cosa con el paso de los años, y
eso tendría un punto de envidiable si no fuese porque su posición está
equivocada. También conozco mucha gente que ha cambiado, y cualquier cambio es
bueno porque representa una nueva fase, un paso hacia donde quiera que se esté
yendo, representa movilidad y eso es loable. También yo he cambiado, y también
yo he mantenido bases. Me he sorprendido a mí mismo haciendo cosas que nunca
creí que tuviese el valor de hacer, y al fin y al cabo, si hago memoria
rápidamente, no hay una sola vez en la cual haya cambiado y no haya recibido
una recompensa por ello. Cambiar, y saber cambiar, es algo único. Reforjarnos,
incluir mejores metales, incluir nuevos conceptos, hacerlo con nuevas técnicas.
Pero en
definitiva también es muy cierto que mis cambios suelen provenir de largas
etapas de inversión o de quiebras. Cambiar, en mi caso atreverse a ello, es
caro, incluso aunque estemos 100% asegurados y avalados. Pero saberlo es
positivo, porque saber qué errores se cometen siempre ayuda a poder
subsanarlos. No necesito proseguir con los cambios realmente, necesito cambiar
la actitud, y a pasos agigantados. A veces me sorprendo a mí mismo para bien, y
normalmente para mal porque soy exigente con esta faceta mía. Supongo que si
hace cinco años me hubiese preocupado por el largo plazo hoy en día el discurso
sería otro y podría preocuparme de fracasar o quedar en ridículo sin problemas,
pero imagino que si hace cinco años hubiese pensado eso hoy no sería quien soy
ni estaría donde estoy, y me gusta ser quien soy estando donde estoy. Adoro
estar donde estoy, con quien estoy. Eso no quita que, para mi próximo plan
quinquenal, cuente con muchas inversiones mayores de las que he llevado a cabo
hasta ahora, y baraje muchos cambios a nivel de mi yo interior a corto.
Probablemente cualquier cambio que trate de llevar a cabo en el corto plazo
termine en nada y tire el esfuerzo por la ventana, pero mientras recuerde estas
líneas y todo aquello que me gustaría hacer pero no hago por esos límites que
me autoimpongo, esos límites de los que hablaba en el inicio de este escrito,
mientras recuerde todo eso seguiré tratando de aumentar el empuje hacia donde
sé que debo tirar, eso no lo puede cambiar nada ni nadie, y menos aun cuando
sabes que todo son ventajas y recompensas cuando acometas ciertos cambios.
Podría seguir
hablando sobre el tema, pero no creo que quede mucha gente leyendo esto a estas
alturas, y si se quiere saber más se deberá esperar a la próxima entrega.
Jesus Burgos
Lobo
Semper Fidelis
No hay comentarios:
Publicar un comentario