Doritos, salsa de queso, un café con canela, el móvil a mano con el whatsapp abierto por si surge algo interesante, unos apuntes que probablemente hoy tampoco toque sobre la mesa, y mi entrada número cien.
Y una pausa, para reflexionar.
Lo estuve pensando durante todo el día de ayer, si quería que esta entrada fuese algo especial, al fin y al cabo no se alcanzan las cien entradas del blog todos los días (de hecho sólo se logran una vez). Pero realmente tampoco lo veo como un gran hito, no es que las haya escrito de seguido, de hecho este blog tiene varios años de vida, porque estuvo cerrado de forma práctica durante bastante tiempo hasta que pensé en reabrirlo, en querer volver a hablar de temas, menos filosóficos que para lo que fue creado, y probablemente más interesantes.
Y durante esas noventa y nueve entradas, he hablado de todo lo que me ha apetecido. Y lo volveré a hacer, puede que no en otras cien entradas, pero sí en algunas más que las actuales, quién sabe cuantas. Pero lo que sí sé es que ahora, como en un día normal, en una entrada normal, voy a contar, quizás no lo que más me apetecería decir, pero sí unas conclusiones que, aunque no son para nada nuevas, me han llegado hoy mientras hablaba con mi madre a la hora de la comida, y creo que merece la pena comentarlas.
Hablaba sobre el valor de las cosas. Hemos comprado cierta máquina pequeñita y compacta, y yo, a modo de ejemplo sobre la postura que estaba manteniendo mientras veía "Al rojo vivo", le he preguntado que cuánto valía esa máquina. Ella me ha respondido el precio, y yo le he dicho que no, que eso es lo que se ha pagado por ella. Lo que vale es lo que produce. A veces nos olvidamos de eso, pero es lo principal: tú puedes pagar uno, diez o cien, pero el objeto vale lo que vale.
Fue entonces cuando mi cerebro me descubrió una conjunción de ideas que son clásicas pero que me había olvidado de su uso. Es decir, que el valor de algo varía en función de quién lo posea (o lo explote), de dónde esté, de cuándo esté y de lo que nos dé.
Esto no tiene nada que ver con la economía, me explico, no voy a soltar una perorata sobre cosas de la industrialización o sabe dios qué diciendo que si tal o cuál máquina vale tanto. Eso, personalmente, me importa un comino. Lo que no me importa es el hecho de que hacemos (o debemos hacer) la extrapolación a nuestras vidas, como siempre.
De hecho, nuestro cerebro lo hace, aun sin entender esta idea. Tenemos ciertos amigos y otros no lo son por lo que producen, y no me refiero a dinero obviamente, me refiero a producir en términos generales, en felicidad digamos (aunque pueden producir más cosas que felicidad, lo resumimos así). Estas decisiones las hace el cerebro a raíz de nuestros gustos. ¿Por qué no como berzas? Porque mi cerebro me dice que la felicidad que me reporta comer berzas es negativa. Algo así. ¿Por qué adoro la carne roja? Por mis gustos, obviamente. Berzas y carne roja, ambos son comida, contienen nutrientes beneficiosos para el cuerpo humano (cada uno los suyos), así que, objetivamente, debería comer ambos. Pero no lo hago, y si me pusiesen delante de mí cien veces berzas y un chuletón, elegiría cien veces el chuletón. ¿Por qué? Gustos, felicidad.
Entendido esto, pasemos al siguiente nivel. Si me ofrecen un chuletón después de comer y otro antes, lo elegiré antes. No os digo nada nuevo, pero estoy explicando que el cuándo es igual de relevante que el propio chuletón. Si me ofrecen un chuletón en un buen restaurante y otro en la calle a la puerta de ese restaurante, elegiré el del buen restaurante. ¿Si me ofrecen berzas antes de comer o chuletón después? Bueno, podemos liar esta idea todo lo que queramos.
Pero dejemos la comida. Estoy hablando de las personas, y de su valor, del valor que cada uno de nosotros les damos, que están totalmente influenciadas por eso que decía antes, por el momento, el lugar, lo que nos reporta. Depende de cada uno, pero los buenos amigos que no están en los momentos difíciles, a la larga, se van echando del círculo de buenos amigos (aquí hay mucha psicología y valoración personal de por medio y no siempre va a ser cierto, por supuesto, pero como siempre hay que tratar de generalizar para hacer la ley). Es por esto por lo que las relaciones a distancia donde no se ven durante meses no funcionan. No es tan sencillo como que te deje de gustar la otra persona, es que te reporta cada vez menos, porque no está donde tiene que estar cuando debe hacerlo, y es bastante probable que, aunque ambas partes traten de defender la relación, tarde o temprano se marchite (salvo que se puedan ver regularmente aunque sea cada bastante claro, porque eso siempre suma si estas enamorado de la otra persona, y hoy día hablar con alguien todos los días con videollamada o llamada normal no es ningún problema).
Lo que quiero decir es que valoramos. Siempre. Y además, comparamos en la mayoría de las ocasiones, y sin querer hacerlo. Si alguien nos dice que algo está bien, y otra persona nos dice que es una pasada, le encanta, está genial, salvo que haya una diferencia muy grande entre ambas personas nos gustará más lo segundo, porque nos sentimos mejor al oírlo. Dichas dos personas pueden sentir lo mismo, pero lo está transmitiendo de forma que nos gusta más la segunda que la primera (y voy a tratar de no meterme en cómo transmitir la información y los problemas que se generan porque si no más que una entrada hago un ensayo). Dicho de otra manera, comparamos. Si la segunda nos dice que está fatal, lo que nos ha dicho la primera nos encantará (dejamos al margen los pensamientos y dudas que generaría).
No estoy diciendo nada nuevo, pero no busco Shangri-La , sino que señalo esas evidencias que, a menudo, son tan claras que se nos escapan al pensamiento.
Entonces, como decía, el lugar importa [me ahorro el chiste al respecto]. ¿Cuántas veces habrá ocurrido que no nos cae bien una persona en clase pero cuando vamos a una excursión (pienso aquí en el colegio) nos pasamos todo el rato hablando con ella? O salimos el finde y nos echamos unas risas con gente de nuestra propia clase que apenas nos saludaban. O vamos a comer con un grupo de amigos y terminamos monopolizando la conversación con una persona que se sienta en clase apenas unos asientos más allá del nuestro y con la cual apenas hemos hablado hasta entonces.
Me he tomado una larga pausa entre esto y el anterior párrafo, porque esto estaba tomando demasiadas líneas ya, y no quería seguir hablando y hablando sin parar. Sólo pretendía exponer que, en resumen, algo vale lo que nos da a cambio. A veces su precio es demasiado alto, a veces sorprendentemente bajo. A veces creemos que vale más, otras que vale menos. Quizás no sea perfectamente extrapolable al campo a donde lo he tratado de llegar, pero ilustra ideas sin meternos demasiado en discusiones subjetivistas.
En definitiva, cien entradas, brindo ante todo por las personas que sé que me leen al menos siempre que pueden, y que rara vez parecen saltarse una de mis entradas: Garrido y Carli. Porque la mitad del blog (mucho más de la mitad) está motivado por los pensamientos de Garrido o los sentimientos de Carli.
Hablaba de cómo valorar antes... pero quien pueda dar el valor de una de las personas más intelectualmente activas que conozco y de la persona con la cual podría compartir el resto de mi vida sin arrepentirme de ello ni un solo día, que venga aquí y tire la primera piedra.
Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis
A ti si que te tiraba yo to'las piedras truhán!!
ResponderEliminarHay días que te me levantas mariquichueli y dices unas cosas más bonitas...
Feliz Año jesusillo ^^