Sentarse aquí a escribir unas líneas para despedir un año puede parecer una tarea sencilla. Realmente lo es, no tiene mayor complicación que recordar, sonreír y dejarse llevar. Quizás lo más complejo siempre sea no dejarse llevar demasiado, no mirar al techo mientras se recuerda esto o aquello, o Salamanca, o el Mediterráneo. Porque por suerte tengo una memoria buena, y con ponerla a trabajar puedo recordar hasta el olor y el tacto del recuerdo, hasta los pensamientos y sentimientos de ese momento. Y eso, en los buenos años, siempre es una gran ventaja.
No voy a venir aquí a explicar nada, ni a dar un discurso sobre realismos ni demases. Sencillamente voy a hablar desde el optimismo que toda circunstancia requiere, el optimismo de sonreír con lo mejor y pensar en que lo que vendrá será bueno. ¿Por qué? Bueno, porque si tengo que elegir, de lo que tenga que venir prefiero recibirlo con una sonrisa que con una cara de perro. No es por nada en especial, simplemente quizás he entendido que, a la larga, preocuparse por nada nunca ha servido de mucho.
Y de alguna manera, me costaba seguir escribiendo. Quizás por mi falta de práctica, quizás porque he leído algunas cosas más antiguas y no pienso que pueda estar a la altura. En cualquier caso, lo que es seguro es que cuando me atasco un poco es que no estoy diciendo lo que siento. Y lo que siento es que no tengo miedo a lo que pueda venir. Creo que después de muchos años y poco a poco, todo el mundo que conocía ha ido mostrando sus cartas, sus jugadas, y cada cual ha ocupado su lugar, como las estrellas en el firmamento. Quizás yo no haya sido la constelación más luminosa, pero hay gente que me ha hecho brillar como nunca. Quizás no tenga las mejores estrellas, pero hay gente que me daría a las mejores solo por confianza en mí. No soy el mejor, pero me he hecho una buena imagen de marca.
Sí, puede que en parte necesitase de un poco menos presión por mi parte sobre mí mismo, pero de alguna extraña manera sé que estoy exactamente en el lugar que querría estar. No he tenido grandes logros remarcables en este año, pero no me lo he echado en cara (al menos no demasiado), y al final, poco a poco, la imagen que tengo sobre mí mismo no es tan mala. Es interesante, incluso, porque mucha más gente de la que yo pensaba me tiene en alta estima.
No sé si algún día conseguiré grandes logros, y tampoco sé si realmente me vendría bien hacerlo. Lo que sí sé es que personalmente, y aunque no lo haya pensado así nunca, he ido creciendo poco a poco, porque había olvidado algo muy importante, que yo soy yo y mis circunstancias, y cuando ellas mejoran, yo también lo hago. No siempre el crecimiento viene explicado por nosotros mismos, sino también (y quizás especialmente) por nuestra posición en el tablero.
En cualquier caso, para no dar discursos uno bueno me he marcado, y todo esto para despedir el año. No sé si para el lector tendrá esto algún sentido. Lo que sí sé es que para mí, según iba saliendo de mi cabeza, sí lo tenía (y mucho). Quizás haya gente que lo entienda, o incluso que lo asimile, o lo corte en pequeños pedazos y lo examine, y vea que es lo mismo que piensa, y entonces eso sería magnífico, porque habría más personas que, como yo, sabríamos que estamos de alguna extraña manera donde deberíamos estar, aunque haya cosas que parezcan que no tienen sentido.
Da igual, porque nunca nada parece tener sentido, si lo tuviese quizás nunca podríamos sorprendernos gratamente con lo que nos tiene que dar el año.
Porque el 2014 se merece una despedida, pero esta no va a ser. Esta es una bienvenida, una bienvenida no solo al nuevo año sino al viejo, porque estamos a punto de vivir una fusión entre edades, un punto de inflexión en todas las historias que puede, quizás, signifique algo más para muchas de ellas.
Feliz año 2015.
Jesus Burgos Lobo
Semper Fidelis